Ayer se celebró en la Catedral de Bogotá una bellísima eucaristía para dar gracias a Dios por el servicio que el Cardenal Arzobispo de Bogotá, Rubén Salazar Gómez, ha prestado a la Iglesia en Colombia, en Roma y en Latinoamérica, durante 50 años como sacerdote, y de ellos, 25 como obispo. Este hombre de Dios ha recorrido buena parte del país sirviendo a las diferentes iglesias locales, desde Ibagué, pasando por Cúcuta y Barranquilla, hasta Bogotá, donde hace siete años ejerce su ministerio de obispo. Hizo un largo trabajo en la pastoral social de la Conferencia Episcopal y es también uno de esos colombianos que se ha desempeñado con lujo de detalles en el ámbito internacional.
En efecto, actualmente es el presidente de los obispos de Latinoamérica y hace parte de algunas congregaciones del Vaticano, como la que administra el patrimonio de la Santa Sede, o la encargada de los obispos, también la Comisión para América Latina y el Consejo Pontificio de Justicia y Paz. En fin, es un hombre que, además de ser especialista en teología y ciencia bíblicas, ha gozado de una especial confianza en la Iglesia, tanto a nivel local como internacional.
Es muy interesante encontrar un perfil como el del actual arzobispo de Bogotá, Cardenal de la Santa Iglesia Romana y Primado de Colombia. Estos son tiempos ruidosos y de tendencias exhibicionistas. Monseñor Salazar no camina por ahí. Conoce de sobra su oficio y no ha caído nunca en la tentación de la sobreactuación. A la Iglesia en Colombia y también a nivel universal, lo mismo que al país, le hacen mucho bien este tipo de seres humanos. Saben que el bien no se hace en las tarimas públicas ni frente a los micrófonos y dedican su vida con discreción pero con mucho vigor a trabajar por todas las personas que les han sido encomendadas.
En una nación como la nuestra, bastante histérica y desordenada, llena de pasiones e irracionalidades, un hombre como el actual arzobispo de Bogotá se convierte en un punto de encuentro, en un puente siempre tendido, en una palabra sabia y ponderada que, a la larga, siempre hacen más bien que otras actuaciones grandilocuentes y vanidosas, tan propias de nuestros dirigentes.
Nos alegra, pues, poder participar de la alegría que ahora experimenta el cardenal Rubén Salazar al mirar hacia atrás y encontrarse con toda una vida al servicio de Dios en la Iglesia y para todas las personas. Así son los hombres y mujeres colombianos que realmente construyen nación, sociedad, paz y esperanza. Unos pocos hacen mucho ruido, destruyen todo y nunca dejan la paz.