ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Miércoles, 11 de Abril de 2012

La muerte del circo

 

Con  la ilusión de que en el marco del Festival de Teatro de Bogotá fuera posible apreciar un buen espectáculo circense, compré con anticipación las entradas al circo que se anunciaba dentro de la Ciudad Teatro, sin antes indagar en los detalles. La decepción fue rotunda al descubrir que la carpa instalada correspondía a uno de los circos que hacía unos meses anunciaba en la radio como atracción principal al hombre más alto del mundo. Por convicción personal había decidido no visitar nunca un circo cuyo espectáculo no fuera la creación artística sino la exhibición de “fenómenos”. Sin embargo, dada la expectativa que tenía mi hija y su amiguito, decidí entrar. La experiencia no pudo ser peor. No solo se presentó el gigante en cuestión, sino que el espectáculo entero giró en torno de la morbosidad. Brilló por su ausencia el talento en todos los actos y los chistes de doble sentido de los payasos sobrepasaron los límites del mal gusto y la ramplonería.

Increíble que un espectáculo supuestamente pensado para niños incluya un baile de “garotas brasileras” en el que se incita al público masculino a participar haciendo el ridículo. Además de que la mayoría de los actos eran de muy baja calidad, la falta de cuidado en los detalles dejó ver que este tradicional espectáculo está en decadencia. Lo único que se puede resaltar como positivo es su voluntaria adhesión al no maltrato animal, pero visto lo visto también cabría pensar que esa decisión no corresponde al deseo de promover una buena causa, sino más bien a una prolongación de la mediocridad que reina en el ambiente.

Este es solo un ejemplo de la situación que vive el mundo del entretenimiento infantil en general, pues las obras de teatro, de las que se espera más altura, solo en algunos casos cumplen con la expectativa de ofrecer un espectáculo además de entretenido, educativo y formador. Es decepcionante ver cómo en el ambiente artístico se olvida con facilidad aquella tarea que Friedrich Schiller quiso recalcar en sus Cartas sobre la educación estética del hombre: la formación ética que corresponde al arte. La creación artística como herramienta de formación de la sensibilidad exige un conocimiento profundo de la naturaleza humana y sus posibilidades. Si actúa al margen de ella, termina corrompiendo en lugar de educar. El mundo sensible y afectivo humano requiere una orientación concreta. No se puede dejar al criterio del sentir, la toma de decisiones y la formación de la personalidad. Es necesario el reconocimiento de los principios intelectuales para la orientación de la voluntad y la afectividad humana. No se trata entonces de intelectualizar el arte sin más, sino de rescatar las múltiples vías de reconocimiento de los principios humanos que la experiencia artística ha tenido y seguirá teniendo. La estética como puerta de entrada a la perfección de la naturaleza y el cosmos, tiene como tarea conectar al ser humano con la belleza real que ha sido opacada y deformada por la manipulación interesada de algunos sectores.

El circo como espacio de creación y expresión del verdadero arte necesita revivir y es de esperarse que si el mismo Festival de Teatro no quiere terminar en la tumba, procure no pactar con la mediocridad.