ALFONDO ORDUZ DUARTE | El Nuevo Siglo
Viernes, 29 de Marzo de 2013

Otra vez Semana Santa para el mundo cristiano. Estas fechas no se celebran, se conmemoran. Aunque la celebración es el acto de es reverenciar y también venerar solemnemente los misterios de la religión, la conmemoración es la memoria o recuerdo que se hace de hechos religiosos, con ceremonias especiales, como son las que se realizan por estas fechas cuando el mundo cristiano recuerda con recogimiento el juicio, crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo, una de las tres persona de Dios, que se entregó por nosotros y nos legó unas creencias que han desafiado los tiempos.
Todos los cristianos estamos conscientes de todo lo que se conmemora que forma el dogma de la Iglesia; sin embargo estos días de recogimiento se han convertido en ocasión propicia para descansar de las fatigas de la vida cuotidiana; se hace un alto en el camino, se descansa de los trajines ordinarios, se medita, se reflexiona y también se descansa. Así lo ha comprendido la Iglesia y a la vez que pide el recogimiento y la reflexión no se opone a que se aprovechen estos días santos en menesteres aparentemente profanos. Son los síntomas de la vida que llevamos en esta época.
Así como en otras épocas las emisoras solamente transmitían programas religiosos y música pudiera decirse fúnebre, hoy por hoy se dispone de espectáculos que elevan el espíritu a cumbres de deleite del alma y el disfrute de las gracias de las cuales han sido dotados quienes tienen la capacidad para componer. Quiero referirme a los conciertos que han sido programados en la capital cuyo principal actor espiritual es el gran compositor alemán Ludwig Van Beethoven., nacido en Bonn en 1.770 y fallecido en Viena 1.823. Este período de la historia mundial fue testigo de la revolución francesa, de la coronación de Napoleón y del proceso de emancipación de la antigua colonial europea en América, particularmente de España.
Este columnista debe declarar que lejos de ser un crítico musical o algo que se le pudiera parecer, es un admirador de las cosas bonitas de la vida; lejos de criticar y de conocer las bellas artes, simplemente las disfruta; algunas de sus manifestaciones le gustan sin entrar a las modalidades y detalles de los dotados de las facultades de componer, por ejemplo. Le parece que lo más difícil es componer música de cualquier índole. Pero si a ello se le agrega la sordera de Beethoven, sus obras musicales lo elevan a condición no de privilegiado sino de una manifestación de la presencia de Dios que creó a un ser que podía imaginarse la música y componerla sin tener la necesidad de oírla. Dicen quienes han estudiado la vida de este compositor que su obra se divide en tres etapas: la primera de ellas inspirada en el clasicismo (¿qué es el clasicismo?) sin rasgos personales. La segunda de madurez, cuyas manifestaciones fueron sus primeas ocho sinfonías y la ópera Fidelio y la tercera y última, que contiene obras innovadoras una de cuyas máximas expresiones fue la Novena Sinfonía, con cuya interpretación culmina esta “toma” de Bogotá por parte de Beethoven.
Bogotá, con la acogida que le ha dado a esta Semana Santa musical bien puede catalogarse como ciudad melómana y culta.