Tengo una cicatriz sobre el lado izquierdo de mi labio, por una cortada durante un juego de infancia. Durante años peleé con esa marca, hasta que decidí reconciliarme con mi historia y con sus huellas. Amarlas.
Los seres humanos acumulamos cicatrices a lo largo de la vida, que reflejan las experiencias que han sido necesarias para que seamos quienes somos, aquí y ahora. Claro, no son las únicas vivencias, pero tal vez son las más proscritas, las más difíciles de reconocer y de integrar. De pronto se nos olvida que si hay cicatriz la herida está sana. Ya nuestra piel no está abierta, aunque permanezca con más sensibilidad. De la misma manera, nuestra alma no está rota, aunque sigamos vulnerables.
Adquirimos las señales físicas tras heridas en accidentes, como cuando nos caímos mientras aprendíamos a montar en patines o nos resbalamos del árbol que estábamos trepando. Igualmente, hubo lesiones por cirugías, algunas imprescindibles para sanar una fractura de huesos o salvar un órgano, y otras de carácter estético. También pudimos ser lastimados por otra persona, en una riña o un asalto. Las heridas dejaron sus huellas y ninguna de ellas es gratuita.
Las cicatrices que nos marcan son también emocionales: las iniciales, del niño o la niña interior, que nos acompañarán toda la vida. Las causadas por pérdidas, bien del amigo que partió, o del familiar que murió. Las de rupturas de pareja, del retiro de una organización, la salida de una comunidad, todo lo cual causó sentimientos de pérdida o exclusión; y las heridas que nos auto-causamos por causa de nuestros egos.
¿Cómo te relacionas con tus cicatrices? ¿Desde el rechazo y la negación o desde la aceptación y la gratitud? Entre más luchemos contra ellas más difícil nos será fluir en la vida. A medida que agradecemos lo vivido y las cicatrices cierran, podemos comprender los aprendizajes que nos traen. Sí, también nosotros podemos hacer cierres conscientes, para integrar y sanar. No se trata de olvidar: la cicatriz siempre nos llevará al momento de la herida, con la diferencia que ahora ya no nos duele. Y si aún lastima, algo o mucho queda por sanar.
Nuestras cicatrices constituyen la evidencia contundente de nuestro poder de sanación, por lo cual podemos honrarlas y amarlas. Sin embargo, en nuestras sociedades líquidas de imagen sobrevalorada, corre la tendencia a esconder la marca, maquillarla, camuflarla. Pero, al cambiar la manera en que asumimos las señales impresas en el cuerpo y el alma ampliamos la comprensión de nosotros mismos, pues atestiguamos nuestra fuerza y capacidad de reinvención, la resiliencia desarrollada, los dolores superados.
Las cicatrices son las huellas de nuestro propio poder. Al reconocerlas, integrarlas y amarlas, nos amaremos a nosotros mismos.
@eduardvarmont