Uno de los temores más grandes que carga el ser humano es a la muerte, ese destino al que todos llegaremos cuando nos corresponda.
Este parece ser el miedo más grande en tiempos de pandemia. Lo cierto es que con ella o sin ella, la muerte hace parte de la vida y, como dice el sabio dicho popular, nadie se muere la víspera. A la muerte se le teme como si fuese una enemiga, como si llegara en forma de maldición ante la vida, pues la “corta con su guadaña”. Cada tradición de sabiduría, cada religión y cada cultura se relacionan con el acto de fallecer de manera distinta: “si un día para mi mal viene a buscarme la parca”, nos canta el gran Joan Manuel Serrat desde hace cincuenta años. Dependiendo de nuestros desarrollos espirituales la consideramos un mal o no. Tal vez sea momento para poder superar esa creencia binaria y sencillamente asumamos la muerte como una experiencia de trascendencia. ¿Hacia qué? Les cuento lo que creo al respecto, pues más que certezas, son apuestas en medio de la incertidumbre.
La muerte es un portal que nos permite la evolución de la consciencia, continuar el proceso de ascensión al que estamos llamados, para lo cual es preciso nacer en este plano físico. Que un alma encarne en esta tercera dimensión no es fácil, pues estamos en lo más denso del espíritu, que es la materia. En efecto, nacer no es fácil: lo hacemos para cumplir un propósito que va mucho más allá de ser exitosos en esta vida, en la que el ego -fiel compañero- nos complica la existencia con vanidades, miedos, apegos, en una palabra, con pérdida de la consciencia de la conexión con Dios. Ello es parte del proceso, pues la vida es un campo de experimentación en el que hacemos lo mejor que podemos con la información que tenemos. Creo que somos realmente exitosos a medida que vamos recuperando esa consciencia de conexión, para lo cual cada quien tiene un plazo, entre el momento de la concepción y el instante de la muerte.
Morir es un proceso que podemos ir preparando, como cuando estudiamos un curso: es posible aplicar los aprendizajes a medida que avanzamos en el contenido de la asignatura, como también dejar para la noche anterior la lectura y comprensión de lo visto durante meses. Desde nuestro libre albedrío cualquier opción es válida, solo que si dejamos el estudio para última hora corremos el riesgo de no aprender lo suficiente y tener que repetir el proceso. En la rueda de la reencarnación, en la cual los cristianos primigenios también creían hasta el Segundo Concilio Ecuménico del año 543, podemos repetir el curso…