Crece el temor existencial y la sensación de amenaza, en un mundo con múltiples crisis y con unos gobiernos sin capacidad de ejercicio conjunto, incapaces de consensuar nada, al menos para evitar una coyuntura de recesión. Hoy, más que nunca, es preciso continuar haciendo hincapié en el empleo decente y en la protección social, para prestar apoyos a esa multitud humana de desfavorecidos.
Indudablemente, no hay mayor martirio que ser víctima de una opresión injusta que lo prive de poder desarrollarse. Los seres humanos requerimos de esa conexión intima que nos dignifique como personas, con su derecho a la verdad y a la libertad. De lo contrario, se produce una inquietud verdaderamente desoladora que nos deja en la cuneta viviente, sin fuerzas y sin ganas de hallarse. Por eso, es importante despertar el sentido de la justicia, y hacer valer en el mundo contemporáneo, el respeto a las raíces y a la estabilidad de la familia. Únicamente así, podremos aminorar los sufrimientos y descansar de los suplicios.
El unirse con espíritu cooperante, saliendo al encuentro del otro, nos allana los caminos a todos. Debiéramos saber, que aunque continúen estancadas las tres principales economías; la de Estados Unidos, China y la zona del euro, hay una dimensión social que nos llama a compartir la masa de recursos y potencialidades. Quitemos las fronteras, pues. Lo significativo radica en que los pueblos y sus moradores aspiren a su liberación, superando los múltiples obstáculos que nos impidan gozar de una crónica más humana. Lo que no es de recibo, es continuar haciendo anuarios permanentes del caos vertido por nosotros mismos.
Será menester no olvidarnos de nadie y acoger a esas personas desplazadas, que suelen huir de mil persecuciones, activando la cultura de la mano extendida, cuando menos para ganar sonrisas y secar lágrimas. Sea como fuere, debemos trabajar juntos para impulsar una nueva normalidad, basada en acelerar la consideración hacia todos ser vivo, predicando con el ejemplo y felicitando a esos inversores que trasladan su dinero de fuentes sucias a limpias.
Nuestro gran tormento en la historia, precisamente, está en ese espíritu corrupto y endiosado. Tenemos que bajarnos de los pedestales, cultivar la sencillez y la naturalidad como forma de relato, abriéndonos al asombro y a la acción peramente. Por tanto, es esencial que tanto en los pueblos como en las ciudades, no decaiga el entusiasmo, el deseo de hacer armónicamente, que es lo que en verdad nos llena de quietud. Lo cierto es que si para prevenir una catástrofe climática, requerimos de promesas creíbles y de acciones concretas conjuntas, también para reducir los desconsuelos se invita a la certeza consoladora, a experimentar nuevos lenguajes. Pedimos volvernos campeones en humanidad.
Está visto que las palabras no son suficientes, se necesitan gestos concretos, como puede ser la abolición de las armas nucleares. Hay que desarmarse y cultivar las plataformas docentes, que han de estar disponibles para todas las sociedades y también para todas las personas, se ubiquen donde se ubiquen. Es esencial, por consiguiente, que nos enfrentemos a todos estos retos con seriedad y con la motivación de reivindicar un porvenir decente para todos como derecho. El motor de la educación, no ha de conocer distinción de clases, para poder aplacar el espíritu colectivo.
En cualquier caso, tampoco nos dejemos vencer por el cansancio; el itinerario educativo contribuirá a que se nos serene la mirada y contemplemos las cosas desde otra visión menos angustiosa.