En todo está el Amor, aunque a veces parezca imposible de creer. Sin embargo, si abrimos bien los ojos, lo encontraremos.
¿Cómo puede haber Amor en un abuso sexual, por ejemplo? Cabe aclarar que estoy, en principio, hablando del Amor con mayúscula, la fuerza creadora más poderosa de los multiversos, reconocible en la expresión Dios es Amor, que lejos de ser una frase de cajón es una realidad a la cual todos los seres humanos tenemos acceso, al igual que la creación entera. Dios es Amor, Luz y Consciencia, una triada divina que no es ajena a nosotros, sino que nos constituye, que literalmente corre por nuestras venas.
El amor con minúscula es mucho más limitado, pues lo reducimos a emociones y sentimientos por supuesto importantes, pero que muchas veces nos ciegan ya que se nos atraviesa la pasión, la cual frecuentemente es confundida con ese amor pequeño, sin reconocer que por definición es la que nos hace sufrir. Eso, de momento, es harina de otro costal.
El Amor es la presencia absoluta. Cuando reconocemos esa fuerza en nosotros, la vida se torna radicalmente diferente pues nos abrimos a la inmensidad. Mientras que el amor en chiquito es caprichoso, pues lo damos, quitamos, negamos, utilizamos, dependiendo del momento y los arrebatos del ego, el Amor nos abre a la comprensión mayor. Con alguna frecuencia escucho preguntas como: ¿dónde estaba Dios, que permitió esto? O afirmaciones como esta: ¡Si existiera un dios eso no habría ocurrido! No se trata de justificar el abuso del ejemplo -del cual yo mismo fui víctima y decidí dejar de serlo-, como tampoco de no denunciarlo ni evadir lo que corresponda, sino de observar lo sucedido con ojos distintos, sin detrimento de atender las repercusiones psicológicas, médicas y legales. Víctima y victimario, en todos los casos, conforman una totalidad que no es casual: nada existe por casualidad, sino por sincronicidad y con un propósito. Por supuesto, la víctima no provocó a quien la abusó. Como yo creo en el contrato sagrado que firmamos antes de encarnar, lo ocurrido tiene un sentido que va más allá de los hechos y sus circunstancias. Ahí está el Amor.
Podemos reconocer en ese acto el libre albedrío: Dios nos ama tanto que no interviene, para que aprendamos y evolucionemos en consciencia. Usar la libertad no es sencillo y requerimos la guía divina para ejercerla desde el Amor. Podemos aprender a perdonar, integrar lo sucedido, recordar sin rencor. Podemos sanar, para apoyar a otros en su sanación. Podemos aprender a pedir perdón y reparar... ¡Que en este y todo tiempo podamos identificar el Amor presente en las heridas, en todo cuanto ocurre! ¡Que abramos los ojos del alma!