Andrés Molano-Rojas* | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Agosto de 2015

El pasado 4, la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario convocó un panel sobre China y el “Gran Canal Interoceánico” de Nicaragua, en el cual participaron Margaret Myers (del programa China-América Latina del Diálogo Interamericano), Miguel Ceballos (decano de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda), y el autor de esta columna.

Miguel Ceballos ha sugerido hace rato la existencia de una supuesta connivencia sino-nicaragüense para afectar los derechos de Colombia en el Caribe (jueza de la Corte Internacional de Justicia incluida), en aras de la construcción del “Gran Canal”, la cual fue asignada a dedo y de manera sospechosamente expedita por Daniel Ortega al empresario hongkonés Wang Jing, no sin asegurarle además excepcionales privilegios, monopolios e inmunidades por un plazo inicial de 50 años prorrogables por otros 50 más.  Su preocupación es del todo respetable, aunque uno no suscriba ni uno sólo de sus argumentos, y aunque la mayoría de analistas (incluida la señora Myers y quien esto escribe) coincidan en que el “Gran Canal de Nicaragua” no sólo debe escribirse entre comillas, sino que está, desde su concepción, en entre dicho.

En efecto:  la opacidad del proyecto; su faraónica envergadura; la incertidumbre sobre su financiación; las suspicacias sobre la relación de China con Wang Jing; el enorme impacto ambiental -cuya valoración oficial ya fue realizada pero no divulgada- que tendría la construcción del canal, entre otros, en el ya frágil régimen hídrico centroamericano; los riesgos sísmicos y los asociados al cambio climático; los costos sociales (especialmente para campesinos e indígenas), la polarización interna en Nicaragua; son algunas de las razones que ponen en duda la ambiciosa obra de ingeniería que supuestamente entrará en operación en tan sólo 5 años.

Ello por no hablar de su pertinencia: frente a un canal de Panamá ampliado (y que más que un canal es un verdadero régimen internacional), frente a la demanda y las necesidades reales del comercio marítimo, e incluso frente a otras alternativas (desde la apertura de los pasos del Ártico hasta el ferrocarril transcontinental suramericano) que fácilmente podrían satisfacer los presuntos intereses que Beijing tiene en el Canal.

Nada está construido hasta que todo esté construido.  Pero una cosa sí es cierta por ahora: el riesgo palmario de que el “Gran Canal” sea a la postre la más grande trama de corrupción de la historia, y de que, con canal o sin canal, sean los nicaragüenses de a pie los que paguen los costos más onerosos. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales