El problema de Europa
EUROPA adolece de muchos males y se resiente de ellos, aunque los niegue (o precisamente por eso). ¿Existe aún un “proyecto europeo”, más allá de las recetas puramente economicistas para resolver la crisis de la eurozona? O habrá llegado ese proyecto, tal como lo soñaron en 1957, al límite de sus posibilidades? ¿Está Europa tan agotada como para ser incapaz de reinventarse, de encontrar una fórmula audaz y creativa que la saque a flote sin ceder a la tentación del populismo y del nacionalismo, sin jugárselo todo en la apuesta tecnocrática, corrigiendo lo que hay que corregir pero sin sacrificar sus logros en términos de bienestar y prosperidad ni renunciando a las virtudes de la economía liberal de mercado?
Los momentos desesperados exigen medidas desesperadas, líderes excepcionales y pueblos conscientes de estar atravesando un momento decisivo en el curso de su historia; tan dispuestos para el sacrificio como para la reivindicación, y ubicados no sólo en relación con las coyunturas del presente (crisis, ajuste, recortes, indignación) sino especialmente frente a sus propios “recuerdos del porvenir”.
En España, por ejemplo, todo esto se echa de menos. Rajoy ha podido ganarle al Socialismo, cuyo negacionismo es en parte responsable de la profundidad de los problemas actuales. Pero está por verse que logre liquidar su herencia sin que el remedio empleado acabe liquidando igualmente el pacto social que durante los últimos 30 años hizo posible la transición, la consolidación democrática y la re-inserción de España en Europa y el mundo.
Será sin embargo un error creer que su principal problema es político, que su batalla definitiva se libra en las Cortes, en Bruselas, en las calles donde marchan los sindicatos, o las plazas donde acampan los indignados. El verdadero drama español -y por extensión europeo- es sobre todo emocional y moral.
En efecto: España sufre hoy de una terrible desesperanza, de un pasmoso desencanto que carcome con saña el corazón de una generación ya potencialmente perdida: aquella que nació y creció al amparo del “milagro español” del fin del milenio, y que ahora, presa del desconsuelo y no sabiendo cómo enfrentar las dificultades, intenta evadirlas, convencida de que lo que es difícil no merece la pena siquiera de ser intentado.
Como en el caso español, a menos que el ánimo cambie en las mentes y corazones de los jóvenes, todo está perdido para Europa. Pues es allí donde se enquistan todos los problemas (el paro, el mileurismo), pero también donde reside la única esperanza.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales