ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 6 de Agosto de 2012

La dictadura del hambre

 

Hay noticias que parecen reproducirse de un año a otro como si el tiempo no pasara, como si los mismos hechos se repitieran, una y otra vez, y lo único que hubiera que hacer fuera actualizar la fecha para volver a contar, por enésima ocasión, la misma historia.

Así pasa con las noticias relativas a Corea del Norte.  Como el año que fue, como todos los años, los titulares de prensa esta semana advertían de las devastadoras consecuencias que tendrán para ese país las torrenciales lluvias del verano. E igualmente, como todos los años, Pyongyang ha enfrentado la crisis de la misma forma:  apelando a la solidaridad de la comunidad internacional -esa misma que usualmente desdeña con alevosía cuando se trata de los derechos humanos de los norcoreanos, o de su obstinación nuclear- para que “Naciones Unidas libere las existencias que tiene preparadas para casos de emergencia, incluidos comida y combustible”.

El problema de las inundaciones es crónico en Corea del Norte. También su drama alimentario, desde que en la década de 1990 la “Dura Marcha” se cobrara la vida de casi un millón de personas, en la que quizás haya sido la peor hambruna en todo el mundo durante el siglo pasado.  Crónica también, la forma en que los líderes de la monarquía comunista han intentado paliar el problema: parasitando la ayuda humanitaria internacional, sin emprender la corrección de sus causas estructurales.  Es decir, sin reformar un sistema de producción y distribución de alimentos tan planificado como caótico, tan controlado por el Estado como ineficiente, tan pretenciosamente autárquico como selectivamente racionado. Y todo ello mientras los recursos disponibles se dedican al desarrollo de armas nucleares para chantajear a Occidente y a sostener un ejército casi tan grande como el de Rusia, en un país de 24 millones de habitantes.

Históricamente, el hambre ha sido el detonante de más de una revolución. Así fue en la Francia del Antiguo Régimen y en la Rusia zarista.  Pero gracias al absoluto y despótico control de Pyongyang sobre la sociedad norcoreana y a la caridad internacional, la dictadura del hambre se las ha arreglado para salir impune, y seguir como si nada, tan campante…

¿Debería la comunidad internacional abandonar a su suerte a Corea del Norte, y dejar que el régimen asuma las consecuencias de su propia contumacia?  Esta es una pregunta políticamente incorrecta, y con complejas implicaciones éticas.  Pero valdría la pena plantearla.  Porque el camino al infierno está hecho de buenas intenciones.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales