Paz y cerramiento cognitivo
Ante la expectativa generada por los contactos entre el Gobierno Nacional y las Farc, hace rato intuidos y recientemente confirmados por el propio presidente Juan Manuel Santos, es preciso mantener la mesura -una virtud escasa en la política y el periodismo colombianos-, y en todo caso acompañar, aunque con prudente escepticismo, los esfuerzos que de ahora en adelante se emprendan para avanzar en una eventual negociación que conduzca a la terminación definitiva de la confrontación armada entre el Estado y los grupos armados ilegales. Por ahora, sin embargo, hay que precaverse del error de leer “proceso” donde sólo dice “aproximación”, “negociación” donde dice “exploratoria” o “definitivo” donde dice apenas “preliminar”. El camino que hay que recorrer aún es sumamente largo y sinuoso, y del afán no queda sino el cansancio. Con acierto, ambas partes han coincidido en entender “que nada está acordado hasta que todo esté acordado”, y por lo tanto, que nada debe darse de entrada por sentado. Es preciso que la sociedad en general y algunos sectores políticos y grupos de interés en particular también lo entiendan.
Lo anterior no será fácil. Varios de los actores involucrados, o que tarde o temprano vayan a intervenir directa o indirectamente en el proceso -si este finalmente cristaliza-, deberán superar su propio cerramiento cognitivo, su incapacidad para comprender que la realidad es más ambigua, más compleja, y sobre todo distinta de la percepción (además preconcebida) que cada uno tiene de ella: las Farc, si creen que podrán aprovechar esta oportunidad para oxigenarse y recuperar el impulso como en pasadas ocasiones; el Gobierno, si deja que la lógica electoral se imponga a la lógica de la negociación; el uribismo más beligerante, si insiste en torpedear y sabotear desde el principio el proceso con el argumento de la “caguanización”; los activistas de los derechos humanos y las víctimas y sus voceros, si persisten en exigencias maximalistas; todos los colombianos, si insisten en equiparar la negociación con el sometimiento, el fin del conflicto con la paz, y la desmovilización de las estructuras armadas con la recuperación de la seguridad.
En ese sentido, dogmatismo y falta de realismo, anacronismo y carencia de imaginación, de las partes y los demás actores, podrían ser los grandes enemigos de la ambiciosa apuesta del presidente Santos. Se requerirá de un enorme liderazgo para superar éstos y otros obstáculos. Y para empezar, una dirigencia política, económica y social que por una vez en la historia no esté por debajo de las circunstancias ni de sus responsabilidades.