La diplomacia de la agitación
(Continuación de la reflexión iniciada la semana anterior: “La retórica del exabrupto”)
EL uso de la “retórica del exabrupto” no es excepcional o infrecuente entre los líderes que más apelan a ella, ni se reserva a las ocasiones memorables o a los grandes escenarios multilaterales. De regreso a Teherán, tras su polémico paso por Nueva York y luego de la cancelación de su encuentro con Chávez en Caracas, Ahmadineyad no dudó en aprovechar una visita a Jartum para mostrar su simpatía con su homólogo sudanés frente a los “poderes de la arrogancia”, Europa y los EE.UU., responsables de la desmembración de Sudán y del robo de todas las riquezas de África. Por fortuna, según él, “las tierras musulmanas están tomando consciencia”, sublevándose contra la opresión occidental -una curiosa interpretación de la llamada “Primavera Árabe”. Al-Bashir, agradecido, manifestó su apoyo al “derecho de Irán a desarrollar tecnología nuclear”.
No sorprende que los fanáticos del exabrupto se visiten, se respalden, se hagan eco unos de otros. Aspiran así a constituir una especie de frente común, una red global de afinidades que les permita multiplicar su mensaje. En primer lugar para el consumo interno en cada uno de sus países, necesitados como están de alimentar la idea de un “enemigo externo al acecho” para movilizar el fervor nacionalista y justificar el estado de excepción permanente que sostiene su régimen, para transferir a otros la responsabilidad de sus fracasos y estigmatizar a la oposición como instrumento al servicio de intereses foráneos. Pero también para proyectar mundialmente sus denuncias sobre la iniquidad, la injusticia y la falta de legitimidad del orden internacional existente -ciertamente lleno de contradicciones-, pero del cual se sirven con pasmosa habilidad a través del chantaje (Corea del Norte con el Programa Mundial de Alimentos), la dilación (Irán con la Agencia Internacional de Energía Atómica), o la captura (Cuba y Libia en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU).
Por supuesto, esta estrategia tiene sus limitaciones. A la larga provoca un mayor aislamiento, reduce los márgenes de acción en el futuro, suscita desconfianza y erosiona la credibilidad, y poco o nada contribuye a la reforma de las reglas de juego de la política internacional que denigra con tanta vehemencia. Mientras unos Estados se desgastan causando problemas e inflamando discursos, otros más inteligentes aprovechan la oportunidad para emerger como mediadores, como resortes dinámicos de un nuevo orden del que los agitadores, una vez más, volverán a quedar excluidos por su propia contumacia.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales