ANDRÉS MOLANO ROJAS | El Nuevo Siglo
Lunes, 17 de Septiembre de 2012

El otoño árabe

 

La  primavera viene antes que el otoño. En inglés, Spring comes before Fall: un juego de palabras que bien podría usarse para describir el escenario geopolítico abierto por los incidentes ocurridos la semana pasada en el Medio Oriente y el norte de África.  En efecto, tras el optimismo con que fue recibida la llamada “Primavera Árabe”, por lo que prometía en términos de transformación política y social, los acontecimientos de Bengasi y sus secuelas han puesto en evidencia cuán difícil y sinuoso es el camino que queda aún por recorrer para asegurar la estabilidad y la seguridad en la región, y por supuesto, la viabilidad de los nacientes regímenes (eventualmente democráticos) implantados allí en algunos países.

Poco después de que en la convención del Partido Demócrata se proclamara triunfalmente que Osama bin Laden estaba muerto (y General Motors a salvo), el salafismo -la ideología fundamentalista que sirvió de inspiración al fundador de Al Qaeda- ha dado muestras de una excepcional vitalidad, de la que también ha sabido aprovecharse el Alqaedismo, ese imaginario insurgente global en que acabó transformándose aquella red terrorista, y que opera a través de franquicias y células durmientes dispersas y autónomas pero virtual y programáticamente conectadas.  Ambos, salafismo y Alqaedismo, han descubierto en la “Primavera” una oportunidad inmejorable para impulsar su agenda, sacando ventaja tanto de la incapacidad de Occidente, y en particular de Washington, para reconfigurar los términos de su relación con el mundo árabe, como del complejo panorama político interno de países como Túnez, Egipto y Libia, en los que la caída de la autocracia ha conducido por un lado al avance del islamismo (Enahda, la Hermandad Musulmana) y por el otro al faccionalismo y la formación de milicias sobre las cuales poco o ningún control ejerce el Estado.

Por un efecto colateral, uno de los grandes beneficiarios de todo esto será Bashar el Asad.  Los eventos desatados por el vídeo de marras se convierten en el parapeto perfecto frente a cualquier tentativa de intervención internacional en Siria, y por lo tanto, amplían su margen de maniobra para seguir adelante con la represión de la oposición a sangre y fuego.

Ha dicho el secretario de Defensa de EE.UU., Leon Panetta, que aunque es probable que los ataques continúen, la intensidad de la violencia irá disminuyendo. Quizás. Pero sería un error considerar lo sucedido como un simple “episodio” de indignación, y subestimar su impacto en una potencial “caída” del mundo árabe en un nuevo ciclo de caos, de imprevisibles y devastadoras consecuencias.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales