Ya sabemos que todo cuanto nos ocurre tiene un significado existencial profundo, que no hay casualidades sino sincronicidades. Comprender para qué sucede cada situación y qué aprendizaje encierra, es una oportunidad que tenemos a cada instante.
Aunque vivir y aprender no son sinónimos desde la semiótica, sí lo son desde la espiritualidad. Así, para efectuar los aprendizajes a los que se comprometió el alma antes de la encarnación, hemos de vivenciar multiplicidad de situaciones. Es como hacer las planas de las vocales o de alguna consonante cuando estamos entrando en el proceso básico de lecto-escritura: necesitamos repetir la tarea hasta que aprendemos, cuantas veces sea necesario.
Cada aprendizaje encierra sus propias dificultades y requiere el desarrollo de habilidades específicas; para algunas personas fue más complicado aprender la letra m que la r, así como para otras fue arduo diferenciar la c de la s y la z. En la vida, como gran escenario educativo, aprender a perdonarnos a nosotros mismos y perdonar a otros -soltar, mirarse hacia adentro, amarse y amar, integrarse, reconocerse a sí mismo y a los demás- puede ser más difícil que aprender a administrar un negocio o aplicar la física pura.
Los aprendizajes interiores son en verdad difíciles. Para aprender a perdonar necesitamos haber vivido la sensación de estar heridos, lastimados, agraviados. Sin nada que perdonar no es posible ni siquiera imaginar cómo será eso de aceptar lo que pasó, reconciliarse con ello y soltarlo. Cada vez que alguien nos ofende -lo cual puede ir desde un acto de indiferencia hasta el asesinato de un ser querido- tenemos ante nosotros una lección de perdón por efectuar. Parte del aprendizaje es sentirnos ofendidos y reconocernos como víctimas si realmente lo hemos sido. Tenemos derecho a llorar, renegar, hacer pataleta, protestar, incluso a juzgar y condenar a esa persona que nos hizo daño. Y también tenemos derecho a integrar y trascender todo ello, a soltarlo, para aprender de lo sucedido. Tenemos el derecho de dejar de ser víctimas, por dolorosa que sea la herida. Si la ofensa ocurrió, tuvo como sentido último el llegar a perdonar. No se trata de olvidar lo sucedido, sí de identificar en ello una oportunidad para crecer y recordar nuestra conexión esencial con el amor.
Para algunas personas perdonar es más difícil que para otras. Mientras que unas superan el agravio en cuestión de horas o días, otras tomarán toda la vida o inclusive otras cuantas para completar la lección. Perdonar no es un favor hacia el otro, sino un aprendizaje individual que hemos de surtir hasta que ya no sea necesario repetir más planas. Perdonarnos es reconciliarnos con nuestra propia vida.
@eduardvarmont