Eso fui durante el 2022 que termina mañana. Una alumna del arte de vivir. Dejé de permitir que me vivieran y me hice muy dócil al aprendizaje directo. Escuché, observé y me observé. Me dejé sorprender, extasiar y hasta desacomodar de las "certezas" de lo aprendido hasta entonces, de los inamovibles que no me dejaban ver la verdad del otro. La pandemia y sus enseñanzas sobre lo frágiles y efímeros que somos, me fue regalando el eterno presente del que tanto hablan filósofos, espirituales y autores de libros de autoayuda.
La cercanía y convivencia con la muerte indiscriminada durante la pandemia, la meditación y los primeros pasos en el camino del desapego me han permitido saborear por momentos la plenitud del aquí y el ahora. Como en el poema "Instantes" de Borges, que no es de Borges:
"Si pudiera vivir nuevamente mi vida...
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares a donde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios..."
La pandemia vino para recordarnos la muerte, para despertarnos de la ilusión de vivir que tan hábilmente nos venden quienes "nos viven". Todos los seres humanos siempre estamos ad portas del final, pero enajenados, creemos tener el control.
Qué lejos estábamos de sabernos vivos en el presente. Siempre autoengañados por una mente ruidosa y controladora, subyugada por el consumo obsesivo de las nuevas tecnologías, que también atesoran conocimientos valiosos.
Me he convertido en mi propia editora y uno de los grandes logros de este año ha sido prescindir de los medios de comunicación masivos. Sigo las orientaciones de algunos amigos periodistas serios y nada más.
He querido "vivir en verdad" como llamaba Teresa de Jesús a la humildad. Ha sido muy difícil en un mundo donde todos tenemos máscaras, doy dos pasos para adelante y tres para atrás, pero ya inicié el tránsito.
Vivíamos en mundos atemporales. Soñando futuros inexistentes, aferrándonos a pasados subjetivos y tratando por todos los medios de hacerle resistencia al dolor. Aprendí que el dolor hay que atravesarlo, me estremecí en el asombro del presente, perdí el miedo a la oscuridad que presagia la luz. Y ha sido maravilloso aprender que hasta la infelicidad es reversible. Ya no son condenas de "por vida". El conocimiento de cómo funciona la mente y el de los componentes bioquímicos del organismo están a la mano y al alcance de todos.
Les recomiendo el libro "Encuentra tu persona vitamina" de la siquiatra Marián Rojas Estapé. Me emocionó encontrar en él una explicación al deseo de dejar ser a mi niña interior. Dice Rojas "mantener la juventud, la inocencia sana, la risa contagiosa, la capacidad de asombro y las ganas de aprender nos ayuda a segregar oxitocina en aquellos que conviven con nosotros".
Aprendí que nunca es tarde para hacer nuevos amigos, rodearse de los mejores y crecer con ellos, especialmente, si en esta coyuntura histórica nos une el propósito de defender la democracia.
Les deseo a mis lectores todo lo mejor. ¡Muchas Bendiciones! Que se conozcan, se vivan, se transiten, se descubran y se abracen para que salgamos fortalecidos a ser uno solo con la humanidad.
Vivir con la conciencia de la muerte para saborear a plenitud la vida.