Si algo hemos confirmado en estos tiempos de cambio es que los modelos hegemónicos en los que se soporta gran parte de la vida no la cuidan. Y si algo estamos aprendiendo es que los reproducimos en la cotidianidad, con consciencia de ello o sin darnos cuenta.
Tenemos en esta cuarentena una maravillosa oportunidad para, por lo menos, reflexionar sobre nuestra forma de pensar o sentir, esas apuestas vitales por habitarnos, relacionarnos y estar en el mundo. Este momento que vivimos como humanidad es en realidad trascendental para ampliar nuestra consciencia, un ejercicio individual que -de hacerlo- representaría un gran aporte para la siembra de una nueva humanidad. Estos días que vivimos no son fáciles, así estemos encerrados con todas las comodidades y -además de dedicarnos al teletrabajo- aprendamos nuevas recetas de cocina, leamos más libros, veamos series interesantes, visitemos museos y asistamos a conciertos de ópera gracias a la virtualidad, todo ello espléndido por demás.
Continuaremos en confinamiento si no somos capaces de superar nuestras cárceles mentales y emocionales, si no logramos salirnos de la caja de esa normalidad que vivíamos antes de este período intensivo de aprendizaje. Es probable que aún sigamos en ese letargo del statu quo, que tiene una inercia propia, que se resiste -evidentemente- a ser modificado, pero que en algún momento de la historia dará paso a otras concepciones de existencia. ¿Será este ese momento? Quisiera creer que sí, pero es bastante difícil; sin embargo, sí puede representar una contribución importante para llegar a un punto crucial.
Las grandes transformaciones se inician en pequeño, como la primera gota de una tormenta o el primer soplo de un huracán. Durante estos días presenciamos o protagonizamos hechos de solidaridad con quienes más lo necesitan en este momento; casi las mismas personas que lo han necesitado siempre, solo que ante el peligro que corremos todos se han incrementado esas acciones que nos hermanan. Eso me parece maravilloso, más allá de criticar por qué no lo hemos hecho antes, si la inequidad es tan evidente en tantas partes del globo o a metros de nuestras casas, o por qué el covid-19 nos mueve más que el hambre en La Guajira, Haití o el África Subsahariana. Lo importante es que parecería que estamos despertando, que como humanidad estamos experimentando una hermandad que se nos había refundido entre los vericuetos del tiempo y las mezquindades de los modelos políticos y económicos. Seguimos siendo pequeños, así nos creamos muy grandes, algo así como el adolescente que al no sentirse niño quiere devorarse el mundo, con el riesgo de atragantarse. Hay aprendizajes en este prekínder existencial que aún no hemos hecho; la solidaridad plena es uno de ellos. Necesitamos tenernos paciencia.
Es posible que en estos tiempos que corren estemos haciendo el curso intensivo de solidaridad y cuidado que aún no hemos concluido. Tal vez necesitemos incrementar el autocuidado o desarrollarlo. Tal vez necesitemos aprender a ser solidarios en casa, lavando los trastes que antes solo observábamos o comprendiendo el estrés de quienes nos rodean. Cuidar la vida, así como se presenta hoy, es una gran oportunidad para romper el molde, salirnos de la caja. Es posible.