Descolgó la bandolera de la guitarra, tomó el taburete con la otra mano y desapareció tras el telón; acababa de cantar la última canción, de su último concierto. Unos segundos después, volvió a parecer en escena y, una vez más, agradeció al público. Se quitó la chaqueta de flores y fue como si, de golpe, hubiera aterrizado en el mundo ordinario de las cosas sencillas; el show había terminado.
Así se despidió Joan Manuel Serrat, tras 57 años de carrera artística. ¡Qué lección de coherencia la que nos deja este maestro! Su último concierto ocurrió el pasado 23 de diciembre en el Palau Sant Jordi, en Barcelona; en su casa, junto a su familia y sus amigos. Como quien mira hacia atrás, para reconocer el camino andado, la última canción fue Una guitarra, publicada por primera vez en 1965; un homenaje lleno de gratitud a su compañera incondicional de seis cuerdas.
Su música me ha acompañado toda la vida. No logro recordar cómo ni cuándo aprendí Aquellas pequeñas cosas, mi canción favorita; su espíritu poético me ha abrigado y ha sido mi refugio desde siempre. Puedo decir, sin temor a exagerar, que ese empeño mío por la memoria de lo cotidiano viene, en mucho, de allí, de sus canciones. Como historiadora nunca he estado mayormente interesada en los hechos grandilocuentes de los héroes, las batallas y los personajes ilustres; me mueven y me conmueven más las historias mínimas, casi imperceptibles, de las personas comunes; esas que caben en un cajón o en un rincón. Y es que, más que canciones, Serrat ha logrado, a lo lardo de estas seis décadas, componer una manera de ser. Su obra, en conjunto, es una declaración de principios a favor de la vida buena, la felicidad, el amor y la bondad; un tributo al mundo ordinario de las cosas sencillas.
Eso es lo que vamos a extrañar, su voz de Pepe Grillo; consciencia cantarina que arrulla, que enamora y que denuncia. Su voz incorruptible y consistente, que nunca se ha doblegado ante la versión autoritaria del poder, que nunca ha callado ni se ha dejado acallar. Su voz, hilo de palabras que enlaza a varias generaciones y teje sentidos comunes sobre el valor inmenso de la democracia, la justicia y la libertad; sobre aquello que debemos defender y lo que no podemos tolerar. Eso es lo que vamos a extrañar, su voz que proclama la utopía y se aferra a ella para seguir, para insistir.
Joan Manuel Serrat se retira de la escena y, aunque nos quedan sus canciones grabadas, es imposible no sentir nostalgia. Su despedida deja constancia de que el mundo, mi mundo, tal y como lo conocí ha empezado a cambiar. Él pone punto final a su carrera artística y yo siento que una parte muy importante de mí también se acaba, concluye. Queda el eco de las veces que lo vi en vivo, en Bogotá, en un tiempo de rosas; queda este papel, que pronto habitará un cajón. Gracias, maestro.
@tatianaduplat