Hoy más que nunca, hemos de atender no sólo a lo que cada cual dice, sino también a lo que siente y entiende, y al motivo porque lo asiente. Sin duda, son muchos los desafíos sociales, políticos y legales a nivel mundial a los que hemos de hacer frente, ya no sólo por la crisis sin precedentes causada por la pandemia, también por el evidente cambio climático que no sólo altera el equilibrio de la naturaleza, sino que además causa pobreza y hambre, entre los más vulnerables.
De ahí, lo trascedente que es activar el estado de Derecho, protegiendo y respetando siempre las reglas universales y los principios básicos de legalidad, así como el cabal acceso a la justicia, para que las sociedades se vuelvan más equitativas y menos crueles consigo mismo. Por eso, de igual modo, ha de ser prioritario tomar conciencia; porque, indudablemente, en los fuertes trances como el actual, el corazón se rompe o se curte. Quizás tengamos que morir varias veces para poder renacer; y, aunque esto puede darnos miedo, ha de servirnos para cancelar una época e inaugurar otra.
Por consiguiente, sería cruel que perdiéramos el entusiasmo y nadáramos en la autocomplacencia; obviando ese espíritu imaginativo que siempre nos pone en movimiento. De las cenizas también se resucita. Sólo hay que desear hacerlo y activar la creatividad. La mejor respuesta es aquella que nos reconoce en su globalidad, con la virtud de atendernos y de entendernos, que responde en su justa medida a las amenazas, protegiendo lo innato y la concordia entre moradores. Lo substancial es centrarse en el ser humano. El dinero no lo puede resolver todo.
Necesitamos otros cuidados más efectivos, y son los afectivos, aquellos que nos humanizan y nos hacen ver que equivocarse es lo propio y que absolverse mutuamente es además balsámico. Calmar los ánimos siempre ayuda a armonizarnos. No podemos continuar con esta crispación permanente. Ya tenemos constancia de que nuestra salud no puede prescindir de la del entorno por el que marcha, pues hagámoslo fácil entre nosotros. Pongamos voluntad en ello. Tal vez sea nuestro gran reto, luchar contra la falsedad y el discurso del odio. Nuestras próximas generaciones nos lo agradecerán. Pensemos en ellas, que son nuestra continuidad. Facilitémosles el itinerario.
Seguramente, todos debamos rendir cuentas y promover otras gobernanzas más éticas, más de servicio y menos de pedestal, pues lo significativo es crear a todos los niveles instituciones eficaces que garanticen la adopción de decisiones inclusivas, participativas y representativas, que respondan a las necesidades y garanticen el acceso público a la información, protegiendo las libertades fundamentales, de conformidad con las leyes nacionales y los acuerdos internacionales.
Mucho antes de la pandemia, la desigualdad entre moradores era manifiesta. La falta de oportunidades ya estaba generando un fuerte malestar social. Hoy, es evidente, que los gobiernos deben ser más coherentes y ejemplarizantes, empezando por esos liderazgos corruptos a los que hay que desterrar. En realidad, en mayor o en menor medida, todos nos hemos vuelto un poco lobos, de un interés levantado y presos de la enfermiza voracidad del consumo. La gratuidad no suele estar en nuestro diario de vida.