La situación fiscal del país no solo es dramática por los altos déficits que registra y por la desesperada situación de caja que no tiene precedentes, sino por la desorganización mental y la improvisación administrativa que la orienta.
El Gobierno, encabezado por el Presidente, lleva seis meses echándole la culpa de todas las tribulaciones que aquejan al país al hecho de que el Congreso no hubiera aprobado la reforma tributaria que presentó en el 2024.
Cosa que, por supuesto, no es cierta, pero que se convirtió en la excusa predilecta de Petro para esquivar las responsabilidades que incumben a su gobierno y derivarlas hacia los demás.
En los últimos días -y luego de múltiples bandazos y titubeos- anunció que presentará una nueva reforma tributaria en algún momento del 2025. Inicialmente el ministro de Hacienda dijo -con admirable realismo político- que no veía clima propicio para hacerlo, pero luego cambió de opinión y afirmó que por instrucciones presidenciales iba a preparar de todas maneras un nuevo proyecto de reforma tributaria que radicaría en el segundo semestre del año.
La amenaza del Gobierno cambia. Dice ahora que los aplazamientos que se decretaron recientemente para la vigencia presupuestal del 2025 se podrá evitar que se transformen en recortes si -y solo si- el Congreso aprueba la nueva reforma que está empezando a preparar el ministro de Hacienda.
Esta argumentación es aritméticamente equivocada. Supongamos que el Congreso aprueba en algún momento del 2025 una reforma tributaria cuyos recaudos den los famosos $ 12 billones que se vienen arrastrando desde el año pasado como monto del desfinanciamiento presupuestal.
Pues bien: según todos los centros serios de seguimiento fiscal del país incluido el Comité Autónomo de la Regla Fiscal (CARF), el faltante verdadero de financiamiento en las cuentas fiscales del país es cercano a los $50 billones.
De manera que aún si se aprobara una reforma tributaria este año por $12 billones, apenas se estarían recaudando rentas nuevas por menos de un tercio de lo que es el verdadero descuadre de las cuentas fiscales. Y, por lo tanto, la transformación de los recientes aplazamientos en recortes es ineludible.
Pero la real situación es mucho más grave si se piensa que la mayoría de los ingredientes que probablemente contendrá la nueva reforma tributaria tienen que ver con modificaciones a los impuestos directos (renta, patrimonio), en cuyo caso los nuevos recaudos que se obtengan solo podrán ser percibidos en el 2026 pues, como es sabido, las modificaciones que se introduzcan a impuestos directos de periodo (como se conoce los que acaban de citarse) solo pueden percibirse en el año fiscal siguiente a aquel en que son votados.
Es decir, no servirían para evitar que los aplazamientos recientemente decretados (metro de Bogotá, de Medellín, tren de cercanías en el occidente de la sabana, entre otros importantes proyectos de infraestructura) puedan esquivar la guillotina del recorte toda vez que los ingresos que los respaldarían no alcanzarían a entrar sino a partir del 2026.
Quizás en la mente del ministro de Hacienda está también solicitar al Congreso la prórroga de algunos impuestos que se están estableciendo con motivo de la declaratoria de la conmoción para financiar parte de la tragedia humanitaria en el Catatumbo. Por ejemplo, el IVA para las apuestas en línea de los juegos de suerte y azar. Esos ingresos por estar vinculados al IVA sí podrían recaudarse inmediatamente una vez aprobada su prórroga como renta permanente por el Congreso. Pero, repetimos, los demás, si tienen que ver con impuestos de periodo, solo podrán ser recaudados en el 2026. Y no servirán entonces para evitar que los aplazamientos se transformen en recortes perentorios y traumáticos del gasto público.
El Gobierno haría bien en dejar a un lado las excusas y las amenazas para explicar la mala situación fiscal por la que atraviesa el país. Y entender que la solución radica más en la austeridad y en el manejo ordenado de las cuentas fiscales que en el permanente dedo acusador hacia otros o en el permanente uso del espejo retrovisor para explicar todo lo que no se está funcionando bien.