Se reabrió la puerta del terror. Se acabó la tranquilidad. Entre la pandemia, el incumplimiento de los acuerdos de paz, el narcotráfico, la ausencia de un experimentado gobierno, que no se deje acariciar por la zalamería y que ponga los pies sobre la tierra, nos quedamos a merced del crimen, la violencia, los refugiados, los desplazados, el pillaje, la miseria, el hambre, la politiquería y la corrupción.
Regresamos a los 50, durante los cuales reinaron el desconcierto y la violencia absoluta.
En los medios se impone la afirmación sobre la información, cuando se trata de las excelencias del gobierno. Desde Duque, Barbosa, “segundo hombre” más importante y el guerrero Molano, hasta el más efímero empleado, montan estrafalarias “bodegas” y estrambóticas organizaciones para que les manejen sus precarias y engañosas imágenes. En las vespertinas charlas diarias y el “noticiero oficial”, imperan el elogio, el incienso, la adulación y el servilismo para opacar la verdad y la independencia, sin importar los altísimos costos que los contribuyentes pagamos por ellos y que se suman al despilfarro, la politiquería y la corrupción, que obligan al gobierno a improvisar reformas tributarias, sin justicia, sin equidad y sin objetivos sociales ciertos.
Importan “expertos” que llenan sus alforjas en Colombia, porque los nuestros, están muy ocupados creando bonos, mitos y quimeras para arruinar municipios y departamentos.
Así las cosas, las reformas pagadas a altísimos costos, se convierten en colchas de retazos, que un día gravan la sal y al día siguiente la exoneran; hoy crean impuestos y mañana los desechan. La compra de aviones aún está incluida en los altísimos costos del Estado, junto con los miles de asesores, consejeros y secretarios, “libros”, mermeladas electorales, servicios de “ñeñes” y “cayitas”.
Con dudosas cifras se disfraza la pobreza extrema para justificar falsos subsidios, devoluciones, ilusiones y “regalos” que obligan una reforma tributaria.
Increíble que cuando parecía listo el costoso texto de la reforma, dos jóvenes emprendedores llegaron a la Casa de Nariño, hablaron con Duque y le “aconsejaron” u ¿ordenaron? eliminar IVA a la sal, el azúcar, el café y el cacao. Eran los “expertos” que nadie había consultado… y ellos, son los dueños del “bolígrafo ordenador”.
Colombia necesita un Estado que se preocupe por toda la gente, haya votado en favor o en contra. Que no trabaje solo para aquellos, a los que sacaron a votar emberracados.
Seguramente el Presidente Duque tiene otras intenciones, otras metas, otros anhelos heredados de su progenitor, Iván Duque Escobar, quien siempre quería lo mejor para su pueblo, para su gente, y sin funestas intervenciones.
Él y la generalidad de los colombianos, queremos una patria con esperanza y vida amable, como la que nos dibujó el Presidente Biden en su mensaje orientado a acabar con el narcotráfico. Una Colombia en la que florezcan la paz, la convivencia y los Derechos Humanos.
BLANCO: La renuncia que le solicitó Daniel Samper al Fiscal.
NEGRO: El fallecimiento del gran amigo Hugo Artunduaga, hombre justo, cabal y con sentido social.