Muy a pesar del Grupo de Lima, pasado mañana, Nicolás Maduro seguirá siendo el conductor del régimen bolivariano.
Y seguirá siéndolo porque, a pesar de todo el sufrimiento infligido a la población, ha sabido seguir fielmente el libreto sugerido desde los años 60 por la revolución cubana: “estar ahí; quedarse ahí”.
Manipulando, negociando y oprimiendo, el régimen también ha sido maestro en el difícil arte de leer la realidad en que se inscribe.
Una apreciación basada en el deseo podría llevar a la concusión optimista de que el contexto global tendría que forzar un cambio en La Habana, La Paz, Managua o Caracas.
Pero, lejos de que semejante escenario se produzca, los enquistados saben que resistir y persistir es muy rentable debido a que las burguesías reformistas en América Latina pueden ser intelectualmente capaces pero, en el fondo, son sumamente dubitativas, trémulas e ingenuas.
Al reconocer (cínica, pero pragmáticamente) que los gobiernos chavistas atraviesan dificultades evidentes, Maduro toma distancia histórica para constatar que la región es "un territorio en disputa" entre la derecha y la izquierda donde, curiosamente, se está dando "un proceso de regresión" que conducirá a nuevos gobiernos revolucionarios.
De hecho, ¿no fue el propio Grupo de Lima el que percibió, en primera persona, el viernes pasado, que la persistencia estratégica de Maduro no es tan descabellada como algunos quisieran creer?
En efecto, la declaración del Grupo, en la que, candorosamente, se le pide a Maduro que no se posesione, no fue firmada por México, país que hasta hace poco era el verdadero líder de la asociación.
Dicho de otro modo, ¿puede este Grupo acelerar una transición democrática de las dictaduras en la región enfrentándose a un caballo de Troya que se ajusta perfectamente al razonamiento chavista?
Amparándose en la impecable lógica del paradigma legalista, según la cual, "México continuará promoviendo la cooperación internacional, el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la solución pacífica de controversias y el respeto", ¿no se convierte el gobierno de Obrador -en la práctica- en el mejor ejemplo de colaboracionismo populista?
Para resumir, solo un factor verdaderamente transformador podría imprimir la velocidad necesaria al proyecto democratizador y humanitario en el área. Y ese factor no es otro que la fortaleza irreductible de la alianza BWB: Brasilia - Washington - Bogotá.