Campeón y mártir de la hispanidad | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Julio de 2021

La prensa española informa que el gobierno del presidente Pedro Sánchez va a profanar los restos de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange y expulsarlo del Valle de los Caídos. Tras la exhumación de Franco, le tocará el turno a José Antonio. La Ley de Memoria Democrática aprobada por el Consejo de Ministros parece ser el preámbulo del traslado de sus restos: “El ministro de Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños, ha anunciado que el anteproyecto de ley de memoria democrática que ha aprobado este martes el Gobierno pretende "resignificar" el Valle de los Caídos, de modo que los restos mortales del líder falangista José Antonio Primo de Rivera dejarán de estar en un ‘lugar preponderante’ de este mausoleo”. También van a expulsar a los monjes benedictinos a cargo de la Basílica.  

José Antonio es una ilustre figura representativa de la hispanidad, no solamente como mártir de la defensa de los valores eternos e hispánicos en su momento, sino como expresión genuina del sentido del honor, caballerosidad, dignidad y justicia social; con esa mística y vocación de servicio que en alguna época hizo grande a España, al punto de ofrendar su vida por la preponderancia de los mismos en un mundo en ruina moral. Él ingresa a la política con la exclusiva misión de defender la memoria de su padre, quién había gobernado como dictador con guantes de seda y terminado en el exilio de París.  

En España se concentra la lucha experimental entre las potencias europeas de izquierda y derecha, fracasada la confrontación de las democracias occidentales con los comunistas de Moscú, preámbulo de la Segunda Guerra Mundial. La Península se desgarra en dos bandos en los que el centrismo desaparece por su crónica debilidad e inoperancia frente a los extremos. Hitler y Mussolini apoyan el bando militar. Moscú, defiende con ardor la causa republicana. José Antonio, funda su propio partido, La Falange, en alianza con sectores obreros, monárquicos y tradicionalistas. Y en 1933 en Madrid, en el teatro La Comedia proclama su aversión por el pensamiento filosófico liberal: “Cuando, en marzo de 1762, un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó El contrato social, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran, en cada instante, decisiones de voluntad”

Y agregó “Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio -conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior-, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase” …   

El discurso del fundador de La Falange traspasa las fronteras de España y por su elocuencia y postulados es recibido con aplausos por la derecha hispanoamericana. En tres años se convierte en la primera fuerza nacionalista española y los socialistas pretenden defenestrarlo. Al estallar la guerra civil, el jefe de La Falange es apresado por los republicanos y en juicio amañado lo ejecutan y convierten en mártir de la hispanidad.

Hoy, cuando en España profanan sus restos, las derechas debemos en Hispanoamérica erigir monumentos en su honor, como campeón de la hispanidad. Lo mismo que debemos exaltar la memoria de la reina Isabel la Católica y los valores universales de la hispanidad, que están por encima de los fulanismos y extremos de la política local.