Implementación, preagrupamiento, normalización, ubicación, monitoreo, verificación. Todo un catálogo de figuras con las que se quiere cobijar la improvisación, irresponsabilidad, frivolidad y peligrosidad que identifica la posnegociación con las Farc.
De hecho, todo lo anterior podría condensarse en una sola idea: caos programado.
Programado, porque, si ya lo logró en La Habana, es así como ahora la organización extremista podrá evadir cualquier responsabilidad en materia de desmovilización, desarme y reintegración.
Entonces, primero que todo, improvisación, porque a sabiendas de que este proceso se está dando en contra de la voluntad popular, ¿qué puede esperarse sino apuros y desajustes en los cronogramas, los protocolos, la logística y la tranquilidad del ciudadano?
Por supuesto, las múltiples tareas de la Fuerza Pública por garantizar el orden se estrellan con la inconsistencia política que permite y estimula el desorden con base en el cual será cada vez más complicado señalar a las Farc por sus incumplimientos y desbordamientos.
Segundo, irresponsabilidad, porque las comunidades en particular y la nación en general resultan gravemente afectadas por un modelo permisivo, poroso y maleable en virtud del cual la guerrilla veja y agrede a la gente y a la democracia.
Impera el desconocimiento de lo que sucede en las áreas controladas por las Farc. La desconfianza prolifera. El temor, el descontrol.
Tercero, la frivolidad, porque se ha instaurado un clima de cómplice intimidad entre los que monitorean (la ONU) y los que son monitoreados, de tal forma que no existe concepto de exigencia alguna, rigor, ni respeto.
De tal modo, el resultado no es otro que la revictimización simbólica y física de los ciudadanos que ven, en las propias áreas donde las Farc siempre han ejercido su influencia armada, que ahora los “campamentos” son legales y las arbitrariedades están políticamente amparadas.
Y por último, peligrosidad, porque sin haber entregado las armas, y en pleno proselitismo político tendiente a conformar una coalición nacional favorable a su causa, las Farc se han convertido en una organización político-militar que intimida nada más con su presencia.
En semejantes circunstancias, ¿qué tipo de verificación puede ser exitosa y confiable?
En vez de reconvención, amonestación, sanción o interrupción de tales estropicios, lo único que puede esperarse del Gobierno, a partir de tan flamante observación del proceso, son solo ajustes, consejos y formalidades en los procedimientos.
¿La realidad?: miedo, parálisis, deserciones, amenaza de uso de la fuerza, matoneo. En resumen, caos políticamente programado.