Al grito de "¡Al carajo con la OEA!", Nicolás Maduro ha presentado su carta de renuncia sin pudor ni afectación alguna.
Sigue así el ejemplo de la política exterior cubana a la que no solo él, sino muchos países del hemisferio, consideran como el paradigma alternativo de las relaciones internacionales.
En efecto, después de superar una invasión orquestada por los Estados Unidos y un bloqueo de más de cincuenta años, la dictadura de los Castro goza de la simpatía genética de gobiernos y dirigentes obnubilados por la mítica narrativa revolucionaria.
De hecho, la mejor muestra de rentabilidad diplomática que puede obtener un régimen autoritario la dio Cuba al conseguir que el propio presidente Obama se rindiera a sus pies, reabriera la embajada y le suplicase que se reincorporara a la OEA.
Obviamente, la respuesta de los Castro fue negativa y, en vez de volver al redil, resolvieron hacer gala de su autonomía despótica y seguir desenvolviéndose en la sociedad internacional, sin vincularse a los protocolos de un ente al que nunca han necesitado para nada.
Pionera, pues, en estas lides, Cuba demostró, como aspira a hacerlo ahora Maduro, que no se ha visto aislada, que la inversión extranjera prolifera, que se puede doblegar al Imperio y que siempre hay actores estatales y no estatales dispuestos a brindarle toda su solidaridad y apoyo tanto físico como ideológico.
Para no ir muy lejos, la propia dictadura venezolana ha contado con el respaldo tácito de gobiernos como el colombiano, que promueve mediaciones melifluas, y el respaldo expreso no solo de gobiernos gemelos, como el del Ecuador, sino de agrupaciones radicales como las Farc y el Eln.
Por cierto, las Farc, que seguramente liderarán la coalición oficialista que buscará mantenerse en el poder en Colombia hasta el 2022, no ha tenido reato alguno al proclamar que el régimen de Maduro es un "bello experimento de democracia y tolerancia" que, como tal, "construye una alternativa económica y política frente al designio neoliberal".
En definitiva, al abandonar la OEA, la dictadura no está revelando su verdadera naturaleza -ya suficientemente conocida-, sino que desenmascara a la OEA misma, donde recibe el aplauso de por lo menos 17 Estados y de la que nunca percibió sanción alguna.
Porque si la máxima sanción que hubiese podido recibir era la expulsión del sistema interamericano, ¿qué puede hacer ahora ese sistema cuando el dictador se margina por su propia cuenta y deja a todos los "demócratas" con los crespos hechos?