CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 23 de Enero de 2012

Para ambientar la negociación

Cada vez que se pone en la agenda pública la posible terminación del conflicto armado mediante una negociación política suelen aflorar opiniones engañosas, facilistas y hasta ingenuas. Engañosas son, por ejemplo, las opiniones que recordando lo ocurrido durante el proceso del Caguán (hace más de diez años) pretenden desvirtuar cualquier propuesta de negociar políticamente el cierre del conflicto armado en el presente. Engañosas, y además facilistas, son las opiniones que como la de Salud Hernández creen despachado el asunto escribiendo que “si (las Farc) de verdad quieren paz, que abandonen las armas, confiesen delitos, devuelvan secuestrados y restos de los desaparecidos, restituyan a sus víctimas y se incorporen al programa de reintegración”. Engañosas, y además ingenuas, son las opiniones de Colombianos (as) por la paz que ven realizable hoy una “tregua trilateral”.

El asunto es más complejo y requiere de una estrategia que en primer lugar logre ambientar el arranque de una negociación con buenas perspectivas. Ahora bien, aunque este logro no es fácil hoy es viable pues hay en el país un contexto diametralmente diferente a aquel del segundo semestre de 1998 cuando ad portas de iniciar el proceso del Caguán había unas condiciones político-estratégicas que, objetivamente, impedían vislumbrar un resultado satisfactorio: el Estado estaba debilitado por importantes problemas de legitimidad y las Farc fortalecidas en su moral combativa miraban su futuro con optimismo.

Recordemos que debido a los indudables avances estratégicos de las Farc entre 1995 y 1998 reforzados por las concesiones del Gobierno Pastrana desde los preámbulos de la negociación oficial, los jefes de esa guerrilla se mostraban excesivamente seguros en su posición de fuerza. Tanto así que se percibían como líderes de un Estado naciente que se aprestaban a negociar con los voceros de un Estado decadente. Por mencionar solo dos evidencias de lo anterior, la negociación se emprendió bajo unas condiciones prácticamente impuestas por la guerrilla y la mayoría de los congelamientos que hubo durante las conversaciones se dieron por decisión unilateral de las Farc.

Por su parte el régimen político no se reponía aún del macro-golpe sufrido sobre su legitimidad a raíz del proceso ocho mil y sus derivados de pesimismo, desgobierno y polarización. Solo se había quitado de encima el lastre de un Presidente seriamente cuestionado en su rectitud y contaba con un Congreso recién elegido cuyo presidente (posterior negociador del gobierno) había dicho al posesionarse “o cambiamos o nos cambian”, y ni lo uno ni lo otro. Si a lo anterior sumamos el paramilitarismo in crescendo sin que se observaran acciones creíbles para combatirlo desde el Estado pues la parapolítica aún no se había descubierto, se completa un escenario de debilidad estatal que se constituía en freno para que el Presidente o sus delegados pudieran hablar con más firmeza a las Farc.

Así pues, las condiciones hoy son diferentes para ambientar una negociación, lo que incluye incentivar la “voluntad de paz” de los contendientes directos. Pero hay que hacerlo sin ingenuidad ni engaños.