CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Octubre de 2011

¿Pluralidad en la educación sexual?

 

LOS  programas de “salud sexual” introducidos en la educación secundaria tienden a no respetar la diversidad de concepciones éticas sobre el sentido de la sexualidad; y resulta que según sea esta, serán distintos los puntos de partida y los objetivos de esos programas. Aunque sería deseable que la educación sexual pudiera ofrecerse desde una verdadera neutralidad, no es así porque no hay un consenso social. Lo cierto es que “grosso modo” existen dos cosmovisiones opuestas de cómo vivir la sexualidad.
Por un lado, el ejercicio de la sexualidad puede verse ligado a lo que podemos llamar la “educación para los compromisos estables”. Esta implica la transmisión de valores concretos: autodominio, fidelidad, comprensión, lealtad, apertura a la transmisión de la vida volcando la propia afectividad en los hijos y asumiendo nuevos compromisos y renuncias personales, etc. Aunque, por ir unida a la edificación del carácter, este tipo de educación se transmite mejor en la relación de confianza entre padres e hijos, si en el colegio no se complementa en la misma dirección el educando sufre un choque interno a veces irreparable.
Otra visión de la sexualidad es la que se puede denominar “educación para la independencia sexual”, teniendo como objeto principal los aspectos de placer en el ejercicio del sexo, minimizar los riesgos de embarazo o de infecciones de transmisión sexual, enfatizar el conocimiento de las medidas de anticoncepción y la búsqueda de experiencias gratificantes, bien a través del propio cuerpo o a través de relaciones interpersonales que no tienen que ser necesariamente monógamas, centrándose en sus aspectos lúdicos y sin referencia a compromisos implícitos ni explícitos. En este caso también se puede dar el choque interno del educando si en su hogar se ha procurado educar desde la perspectiva de “compromisos estables”.
En un Estado Social de Derecho como el nuestro, ningún ente estatal puede legítimamente incorporar una u otra de esas opiniones a sus competencias educativas, ya que pertenecen al ámbito de libre discusión de ideas de los ciudadanos. Es por esto que surge la necesidad de salvaguardar la neutralidad ideológica del Estado ante ambas cosmovisiones. Sin embargo, no son pocas las noticias que informan sobre programas educativos en los que el punto de partida es la banalización de la sexualidad. Los medios empleados consisten comúnmente en la distribución masiva de preservativos y en una instrucción sobre cómo utilizarlo correctamente. Los programas más elaborados incluyen información sobre anticoncepción para las jóvenes. No se suele hablar de aspectos tales como las posibles falencias del preservativo frente a la transmisión de enfermedades, presentando su uso como la práctica de “sexo seguro”. Con esto se reduce el acto sexual a un mero acto lúdico que conlleva unos riesgos que hay que intentar evitar. La propuesta de amor duradero y de compromisos, la reflexión sobre lo que significa el enamoramiento, quedan ausentes de estas propuestas pedagógicas sesgadas, ya que se etiquetan como “mensaje moralista” que no puede tener cabida en un peculiar modo de entender la “pluralidad”.