Es claro que ya se puede hablar de geopolítica vacunal, un fenómeno inédito en las relaciones internacionales.
Básicamente consiste en la contienda interestatal -asociada a la industria farmacéutica- por controlar el mercado de las vacunas y, sobre todo, por consolidar la influencia político-económica.
Aunque no siempre los fabricantes de las vacunas son empresas estatales, las inversiones en investigación, los compromisos adquiridos y los nexos gubernamentales hacen que ellas terminen convertidas en un recurso codiciado y escaso.
Dicho de otro modo, la ilusión de que ante una amenaza no intencional, y de cobertura global, el sistema internacional generase una especie de solidarismo sanitario se desdibujó prontamente.
O sea, que a pesar del mecanismo Covax, liderado por la OMS para horizontalizar el acceso, lo cierto es que el nacionalismo vacunal es la constante; y seguirá siéndolo.
De hecho, unos países aventajan a otros porque supieron negociar oportuna y ventajosamente; algunos se jactan de estar logrando la inmunidad de rebaño para luego renegociar las dosis sobrantes entre los marginados y no faltan los que empiezan a sancionarse mutuamente por ese afán chauvinista cuyo estandarte simbólico será el pasaporte sanitario.
Francia, por ejemplo, quiere recobrar su autonomía biomédica y ha denunciado la prepotencia química de los chinos y los rusos, quienes niegan estar comportándose con semejante vileza y villanía.
Los cubanos, por su parte, han anunciado que muy pronto tendrán la propia, reivindicando así la leyenda de su gloriosa medicina antiimperialista.
Y los brasileros también están haciendo gala de sus capacidades acumuladas al anunciar que su Instituto Butantán, el más poderoso en la producción de estos sueros en el hemisferio, y con 120 años de tradición, está dando un claro ejemplo de avanzada cooperación sur-sur al asociarse con Vietnam y Tailandia.
Cooperación que, luego de asegurar a sus propios ciudadanos, irradiará la influencia hacia “los países de renta baja y media, que es donde necesitamos combatir la pandemia ya que ella podrá estar bajo control en Norteamérica y Europa, pero el virus seguirá presente en los países de África, Asia y América Latina!.
Para resumir, el planeta asiste a una formidable lección de semiótica del poder, aquella que basada en señales, indicios y signos, se usa para inclinar la balanza hegemónica a favor de unos intereses geopolíticos, en detrimento de otros.
Al principio, la vanidad occidental y eurocéntrica desestimó la vacuna rusa, solo para después tener que tragarse sus palabras.
La Universidad de Oxford, asociada a la anglo-sueca AstraZeneca ha puesto en tela de juicio su prestigio con aquello de los trombos, o los efectos adversos.
Y muchos ciudadanos de América Latina que nunca han querido saber nada de los chinos y sus siniestras artimañas manufactureras, ahora han tenido que bajar la mirada y decir “sí” cuando les preguntan si quieren vacunarse pero que el único suero disponible es el producido por Pekín.
vicentetorrijos.com