Casi un millar de líderes y expertos de diversos sectores (gobiernos, organizaciones internacionales, empresas, organizaciones no gubernamentales, centros académicos) fueron consultados por el Foro Económico Mundial para elaborar la más reciente versión del Reporte de Riesgos Globales, un termómetro que desde hace 17 años mide la percepción sobre los principales y más acuciantes desafíos que enfrenta el mundo en los ámbitos geopolítico, económico, medioambiental, societal y tecnológico. Otros 12 mil fueron encuestados también para definir los riesgos específicos que enfrentan 124 países. Estos riesgos, a fin de cuentas, son globales; pero no todas las sociedades los experimentan de la misma forma, ni con la misma intensidad ni inminencia, ni con las mismas capacidades de preparación, respuesta y adaptación. Para decirlo en pocas palabras: son riesgos comunes, pero no necesariamente compartidos. Quizá por eso la cooperación, imprescindible para abordarlos eficazmente, resulta a veces tan fácil en la retórica, tan evidente e inevitable en el análisis, y tan esquiva en la práctica.
Los riesgos medioambientales son una vez más, este año, la principal causa de alarma: el fracaso en la acción frente al cambio climático, los eventos climáticos extremos, la pérdida de biodiversidad. Pero según este termómetro del Foro Económico Mundial la temperatura también se ha elevado -nunca mejor dicho- en cuanto tiene que ver con los riesgos societales. La pandemia del covid-19 ha dejado cicatrices que agudizan problemas que ya venían fermentándose, aceleran algunas dinámicas de enorme potencial disruptivo, y ponen en evidencia la gravedad de realidades que hasta ahora habían pasado relativamente desapercibidas: la erosión de la cohesión social (de la que depende, en buena medida, la estabilidad de las naciones), el deterioro de condiciones de vida (que en algunos casos implica auténticas crisis de subsistencia para amplios grupos sociales), y la multiplicación de los problemas de salud mental (cuyas implicaciones van más allá de lo puramente sanitario).
La hiperaceleración del desarrollo tecnológico, con los beneficios y promesas que trae consigo, genera al mismo tiempo nuevas vulnerabilidades. La creciente dependencia de redes cibernéticas para la provisión y el acceso a bienes y servicios, los vacíos en la regulación del ciberespacio, el lado oscuro de la inteligencia artificial y el internet de las cosas, tendrán implicaciones que todavía pertenecen a un terreno desconocido. Hic sunt dracones, como ponían en sus mapas los cautelosos cartógrafos medievales y los primeros exploradores modernos, conscientes de estar dibujando los continentes desde un punto ciego.
En el horizonte de los riesgos globales aparecen también varios polvorines: el de una eventual crisis de deuda (que tendría mucho también de cicatriz pospandémica); el de las confrontaciones geoeconómicas; el que entrañan la “siderpolítica” y la “sidereconomía”. Y, obviamente, los más tradicionales, típicamente geopolíticos, pero al modo de un vino nuevo que se echa en odres viejos, con todo lo que eso significa.
No sorprende, entonces, que el 23 % de los líderes y expertos consultados vean el panorama mundial con inquietud, y el 61 % con preocupación. Poco consuela el 3 % de optimistas, pero ojalá tengan razón.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales