El premio Goya adjudicado a esta película, la mejor Iberoamericana del 2020, producción colombiana dirigida por Fernando Trueba, recuerda que en este país la vida vale poco, amplía el testimonio incluido en su novela biográfica por Héctor Abad Faciolince en referencia al asesinato en Medellín de su padre, víctima del paramilitarismo y el narcotráfico el 25 de agosto de 1987, médico especialista en salud pública, defensor de los derechos humanos, periodista de opinión, profesor universitario, experto en medicina preventiva, opuesto a la violencia fratricida, quien murió antes de llegar a rendir homenaje póstumo en el velorio de su amigo, el dirigente de la Unión Patriótica Luis Fernando Vélez, también inmolado en la cruel embestida contra la participación democrática.
El doctor Héctor Abad Gómez no pudo cumplir su deseo de “Aunque le temo a la muerte no quiero que me maten, anhelo morir tranquilamente rodeado de mis hijos y nietos, no es matando guerrilleros, policías o soldados, como parecen creer algunos, que vamos a salvar a Colombia, es acabando el hambre, la pobreza, la ignorancia, el fanatismo político, como mejorará este país.” Su crimen se suma a la interminable lista de compatriotas que han perecido bajo el terrible complejo de Caín y Abel, el cual se mantiene en una Nación donde todos los días el accionar de armas ocasiona derramamiento de sangre, muchas veces al amparo de la palabra paz.
El sufrimiento de la familia Gómez Faciolince se extiende y no basta con insistir en que los asesinatos son crímenes de lesa humanidad cometidos al grito de ¡Abajo la Inteligencia! La película galardonada, que se estrena en abril, no es una cinta más, tampoco lo ha sido el libro de Héctor Abad Faciolince, reitera principios, señala la mala parte del ser humano, es alarido de protesta que seguramente no recogerán los autores del exterminio de líderes sociales empeñados ellos en amasar fortunas turbias y enrarecer el ambiente aprovechando la corrupción y la impunidad.
El español Fernando Trueba, Oscar con La Belle Epoque en 1993, el de El Sueño del Mono Loco, triunfa ahora merced al guion acerca de la nefasta época que ha azotado a Colombia, la crítica resalta el papel de los actores y actrices, documento para reflexionar. Veremos la obra con interés, nuestro suelo abonado con sangre debe reverdecer, vienen a la memoria rostros de familiares, de amigos, de compatriotas a quienes se cercenó la existencia en demostración de odio opuesto a la civilización, arbitrario e indigno. “El Olvido Que Seremos” sirve para mejorar las relaciones dentro de una sociedad minada por la pérdida de valores, con incitación permanente a la violencia, huérfana de concordia a pesar de los esfuerzos por aclimatarla.
Esencial el rechazo colectivo a la violación de los derechos humanos, en calles y campos deambulan individuos dispuestos a asesinar. Recientemente la muerte en Bogotá del joven patrullero de la policía por delincuentes con morral es, desde otro ángulo, prolongación triste del “Olvido Que Seremos”.