Es el momento de los buenos deseos, de alumbrar nuevos horizontes con el alma serena y la confianza puesta en el futuro, de hablar claro y profundo a la hora de formular la seguridad de la genealogía humana, conciliando y reconciliando pulsos y latidos; y, así, poder sostener la lámpara de los días, para ver claro e indicar el buen camino a tomar. Nos toca comenzar de nuevo con los dones de la clarividencia, con el tesón y la fortaleza necesaria, para no derrumbarse y alcanzar cuanto antes la meta de la concordia. Lo importante es avivar los sentimientos, acogerse y renovarse, formar parte de esa entrega justa y efectiva de asistencia humanitaria.
Desde luego, nunca es tarde para cambiar de ruta y estar en disposición de donarse, dejando atrás la lógica del egoísmo y de la violencia, si en verdad queremos reconstruir juntos la verdadera civilización del amor. Amar, sin duda, es nuestra gran asignatura pendiente. Debemos aprender a hacerlo. Nos lo merecemos como ese sol que nace cada día.
Ciertamente, nos incumbe a todos, en este rumbo existencial, salvar vidas. En todos los continentes hay multitud de desastres, muchos de ellos causados por nosotros mismos, por nuestros propios sistemas de relación o de actividad humana. Ahora bien, nunca es tarde para enmendar situaciones. Siempre se ha dicho: querer es poder. Pongámoslo en práctica, y aunque los científicos coincidan en observar que el clima está cambiando en todos los rincones del planeta, o percibamos como las contiendas se extienden por el mundo, no podemos cerrar los ojos a ese espacio silvestre que nos ha regalado incalculables beneficios para la salud, ni tampoco tapar los oídos al grito de esa gente que sufre bajo las bombas, o dejar de extender la mano para brindar un trozo de aliento a tanta gente desfavorecida, necesitada de pan, pero también de abrazos. Es verdad que lo que más teme la gente es dar un paso nuevo, pero con el inicio de un diferente tiempo, deberíamos entonar también otros lenguajes, como el del corazón.
Sea como fuere, no tenemos tiempo que perder. Hoy más que nunca necesitamos regresar a ese espacio armónico, lo que nos exige abrirnos a la verdad, que es lo que nos imprime la verdadera paz consigo mismo. En efecto, las huellas pasadas nos dejan en herencia, sobre todo, un aviso: Con la guerra, la humanidad en su conjunto, es la que pierde. Ojalá aprendamos a rectificar, y en este inicio de temporada anual, hagamos el propósito de garantizar el respeto de la dignidad de la persona y sus derechos inalienables. Habrá quietud en la tierra, si en verdad sabemos redescubrir nuestras originarias raíces, la de ser una sola familia, irradiada bajo el abecedario de una morada y un morar, fundado en los valores de la justicia, la igualdad y la solidaridad.
En este sentido, resulta obligado interrogarse, cada cuál desde su interior, sobre este cotidiano sufrimiento humano, que lo hemos hecho habitual en nuestras vidas. Evidentemente, tenemos que rebelarnos, cultivar otras expresiones, sentir otros respetos y encauzar el peso de la angustia y de la soledad, con otro espíritu más celeste que mundano.
Nuestra singular esperanza está en encontrar esa cuna de vida y de amor, que acrecienta la filiación natural, de la cual germina un sosiego firme y duradero, sobre los cuales se funda y apoya el hacer hogar y el sentirse comunidad, sabiendo que el respeto es la base de todo. Tal vez sea el momento oportuno de emprender de nuevo a retomar alianzas de luz, cuando menos para combatir esta penumbra de desigualdades que soportamos como especie, y, de este modo, poder lidiar con esa multitud de atmósferas injustas, que arrojan densas nubes de conflictos sobre nuestro particular itinerario. Además, el peligro de que aumenten los países con armas nucleares ha de suscitar en todo ser responsable una fundada preocupación, que nos llama a replantar los valores y principios de la ONU.