En la columna pasada nos referimos a la urgencia de hacer respetar y rescatar el espacio público, por ser factor determinante del equilibrio y la seguridad en puntos neurálgicos de la ciudad y decíamos que de ese control dependían aspectos representativos de aseo y orden.
Hoy quiero motivar a mis amables lectores para realizar una exploración de cómo se puede fallecer con la armonía, las buenas costumbres y seguridad, en determinadas zonas de las ciudades. Los barrios no se deterioran de un momento a otro, ese menoscabo se da paulatinamente y con la complicidad de vecinos, que ante la amenaza no actúan ni informan a las autoridades por múltiples motivos, como miedo, pavor de tener familiares inmersos en actividades al margen de la ley, ser víctima de amenazas y constreñimiento o simplemente les importa muy poco ese entorno y esperan en corto plazo salir del lugar. Cuando aparecen por el sector personas o grupos extraños de diferentes condiciones, ajenos al medio, los habitantes que han perdido sus lazos de amistad y solidaridad ciudadana, se enconchan al interior de la vivienda, dando la espalda a la realidad que invade sus contextos; los protagonistas, unos advenedizos, residentes los otros, lo primero que hacen es invadir andenes y aceras, dificultando el tránsito de parroquianos. La estrategia es disfrazada con talleres o revisión de motos y el siguiente movimiento será organizar ventas de autopartes, luego vienen vehículos robados y desguazados o simplemente escondidos en esos lugares para extorsionar a sus dueños frente a una posible devolución.
El próximo camino tiene que ver con los habitantes de calle, quienes se van posesionando en entradas a residencia y edificios, donde a más de dormir comercian con sustancias estupefacientes y otros alucinógenos, son personajes de difícil control por el grado de agresividad desarrollado contra los vecinos y transeúntes. Reducidores también hacen presencia en el sector, comprando elementos robados en diferentes localidades de la ciudad para direccionarlos hacia centros comerciales menos pesados. En una palabra, la invasión del espacio público es generalizada por todos los rincones del barrio. En la medida que el lugar va cayendo a manos de la delincuencia se convierte en escondite de malhechores buscados por la justica y que en aquellos medios se sienten bien protegidos. Solo nos falta contar con ollas dedicadas a la venta de estupefacientes y una buena dosis de prostitución incluyendo la infantil.
Este panorama tan triste y tétrico se despliega ante la mirada de residentes y vecinos de vieja data en el sector, pero ellos como sus familias, tienen una gran responsabilidad, pues ante la presencia de desconocidos en el entorno deben reunirse e informar a las autoridades, tanto administrativas como de policía, y estas tomaran medidas para evitar llegar al estado de cosas que estoy describiendo.