La rosa florece porque está ocupada en crecer. No hay en ella la más mínima duda sobre cuál es su destino: brota, florece y se transforma.
A los seres humanos no nos ocurre siempre lo mismo. Encarnar en esta tercera dimensión no fue sencillo; sin embargo, lo logramos porque estamos conectados con la Fuente suprema. Para que eso fuese posible, contamos -en principio- con dos seres humanos maravillosos que nos prestaron un servicio invaluable y por el cual les debemos eterna gratitud y honra: mamá y papá. Antes de ellos están todos nuestros ancestros, desde nuestros abuelos maternos y paternos hasta múltiples generaciones anteriores. Aunque en alguna de ellas se nos pierde el rastro, es gracias a todos esos seres humanos, almas encarnadas, que hoy estamos aquí, experimentando la vida.
Es posible que además de esos ancestros biológicos tengamos otros emocionales: padres y madres de crianza o adoptivos, alguna tía que nos acogió o un padrino que nos protegió. Para ellos también son dadas la gratitud y la honra. Todos ellos, antecesores biológicos y/o emocionales, hicieron lo mejor posible con la información que tuvieron. Por supuesto que se equivocaron, pues el error es parte del proceso de aprendizaje. Con sus aciertos y fallos estamos aquí. A todos nuestros ancestros, estén aún encarnados o no, los llevamos en nuestra biología y/o en nuestros sentipensamientos. Podemos tomar de todos ellos la fuerza para seguir adelante, para confiar en el proceso de la vida.
Aún hay más: contamos con la guía divina, la Luz, el Amor y la Consciencia que son Dios mismo. La conexión es real, aunque por momentos dudemos o pidamos solamente en los momentos de angustia. La fe va mucho más allá de creer en algo que no vemos: es en realidad una certeza de estar conectados permanentemente con la Fuente. Cuando tenemos esa certeza el tránsito por la vida no solo se hace más amable, sino que podemos alcanzar -paulatina o súbitamente- el gozo pleno, que va mucho más allá de las felicidades transitorias. Es el éxtasis de la flor que abre sus pétalos, esparce su fragancia, alimenta con su esencia y se convierte luego en fruto y semilla.
Las raíces y los tallos son nuestros ancestros, la savia que nos nutre constantemente es la Esencia Divina. En la medida en que integramos a todas las generaciones que nos precedieron, tomamos de ellas lo que nos sirve y soltamos lo que no nos corresponde cargar, la vida fluye. Cada vez que somos más conscientes de nuestra conexión real y esencial con Dios, llamémosle como queramos, la existencia se potencia, con todo y las dificultades del camino. Agradezcamos infinitamente a la Divinidad y confiemos en ella. Siempre estamos protegidos.