He venido aprendiendo a confiar en el flujo de la vida. Esto no quiere decir dejar todo al azar, sino hacer que las cosas sucedan: aquello que corresponde, cuando corresponde.
La existencia es como un río, que discurre por su cauce con un destino final. El agua no duda en correr por su lecho, aunque reine la incertidumbre: piedras que rodear, caídas que afrontar, estrechos en los cuales apretarse y estuarios en los que se puede expandir. ¿Qué hay detrás del siguiente recodo? No sabe, pero confía en que habrá una experiencia fundamental para ser conducida a la meta. Es probable que algunas gotas no arriben hasta allá, por lo menos momentáneamente, ya que se evaporarán. Algún día, cuando corresponda, se encontrarán con el mar, haciendo parte de la lluvia o de un torrente que busca al océano. Llegará, y empezará de nuevo. ¿Qué tal si somos como el agua de un río?
Podemos aprender a confiar, aunque de entrada no se vayan nuestros miedos. No somos ellos, aunque nos han servido para protegernos; llega un momento en el que los podemos soltar. Actuar, con todo y miedo, hasta que este se desvanezca. Ahí ganamos un punto de confianza en nosotros mismos, dado por la experiencia. ¡Cuántas cosas hemos hecho con temor y han resultado! Incluso, cuando nos equivocamos y no resultan, podemos confiar en que estamos aprendiendo. Tuvimos miedo al dar el primer paso, y caminamos. Miedo el primer día de trabajo, y ahora somos expertos en nuestras labores. Miedo a comprometernos, y hemos construido relaciones. Detrás del miedo siempre ha estado la confianza, que se va revelando con nuestras acciones asertivas.
También podemos aprender a fluir, lo cual no significa no hacer nada y quedarnos mirando hacia el techo, a ver si algo sucede. Fluir es actuar alineados con nuestra esencia, justamente en la que radica nuestra confianza. La fluidez consiste en navegar por las aguas de la vida con acciones amorosas y enfocadas, que se van encadenando en medio de la incertidumbre. Las fotografías satelitales de los deltas, como los del Orinoco, el Misisipi o el Nilo, nos enseñan que hay diversos caminos para llegar al mar. La sabiduría de cada gota del río radica en entregarse al flujo para permitirse recorrer el cauce que corresponde. Como seres humanos, también estamos invitados a actuar como esas gotas de agua, que al serse fieles a sí mismas navegan por los lechos que son pertinentes.
Somos fieles a nosotros mismos al estar en armonía con lo que hacemos, en línea con nuestra esencia: así, estamos en total sintonía con Dios, como quiera que le comprendamos. De esta manera cumplimos nuestra misión vital, en conexión. ¡Confiemos, fluyamos y evolucionemos!
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