Siempre estamos conectados con la Fuente, la Divinidad. Lo que pasa es que se nos suele olvidar... Es parte del proceso vital.
Entre tantas cosas que podemos aprender de la era digital en la que vivimos, saber que podemos estar conectados todo el tiempo es un aprendizaje fundamental. Esta es la época de la conectividad digital. Para los niños de las urbes contemporáneas es impensable estar desconectados: siempre hay a la mano algún teléfono móvil, un computador conectado a Internet o algún dispositivo de juego. Es para ellos un verdadero drama no disponer de esa conexión, algo que tal vez los migrantes tecnológicos no llegamos a sentir. De verdad es maravilloso tener acceso a la información con solo pulsar un botón y que se despliegue ante nuestros ojos el mundo entero. Ah, pero si no disponemos de una fuente de energía o si se agotó la carga de la batería del móvil quedamos momentáneamente fuera del aire. La Internet no se ha ido, sigue ahí, disponible para que reactivemos la conexión y descarguemos todo aquello que necesitamos.
Algo similar ocurre con la Divinidad: está aquí todo el tiempo, disponible para que nos conectamos con ella. El interruptor que nos permite tener acceso a lo Divino es nuestra consciencia, de la cual siempre tenemos algún nivel, desde el más precario que apenas nos da para sobrevivir, hasta grados avanzados en los cuales vivenciamos hacer parte de un Todo inmenso, que a la vez nos sostiene, rodea y llena. No hay mejores niveles que otros: hacen parte de una espiral continua, al igual que un proceso de aprendizaje que va desde prekínder hasta el postdoctorado, desde el aprendiz de brujo hasta el chamán mayor, quien no solo es inteligente sino sabio, constituido en la escuela de la vida. En cada nivel de consciencia tenemos una relación con la Divinidad, vínculo que se fortalece a medida que avanzamos en la espiral. En los niveles básicos se pide por sobrevivir un día más, como el sicario que ora para tener puntería y no morir en el intento; en los intermedios se pide para que se nos quite una dolencia, desde una creencia de lucha; en los superiores se pide para que aprendamos con la enfermedad, en un ejercicio de integración. Estamos juntos en el camino.
La Divinidad es paciente, aguarda a que recurramos a ella y es comprensiva sobre el nivel de consciencia de cada quien. Esa es la compasión desde el amor incondicional, algo a lo que todos estamos llamados y que lograremos a medida que avancemos y pasemos del temor a Dios al gozo profundo de vivir en su presencia, que alcanzamos con la consciencia plena de la conexión.