Este mes cayó otro creador del socialismo del siglo XXI, Evo Morales. Después de 13 años en la presidencia con unos resultados positivos y otros muy negativos. Intentó seguir el camino del régimen venezolano y robarse las elecciones para perpetuarse en el poder, sin embargo la ciudadanía ya estaba advertida, luego de también irrespetara el referendo.
Los militares le sugirieron renunciar, siguiendo el artículo de la ley que les otorga una función que da cabida a esa recomendación. Algunos han llamado aquello un golpe de estado, lo cual es un error. Están protegiendo la democracia de nuevos golpes. Muchas veces he explicado que los golpes de estado ya no los dan los militares, sino los propios políticos en el poder.
Siguiendo el patrón de Chávez son elegidos y una vez en el poder suprimen las libertades democráticas, cooptan el poder, acaban, estigmatizan, suprimen la oposición y eliminan la posibilidad de alternancia política. Esa es la nueva y verdadera amenaza a las democracias.
El primer robo comprobado de las elecciones en Bolivia se dio en el 2016. Evo llamó al pueblo a un referendo dónde se preguntaba si estaban de acuerdo con la reelección. Ganó el NO con más del 51% de los votos. No se respetó la decisión y Evo Morales decidió lanzarse como candidato aduciendo a un tratado de los derechos políticos.
En las elecciones generales “ganó” la presidencia con los 10 puntos exactos que necesitaba por encima del candidato opositor para no irse a una segunda vuelta. Se comprobaron formatos falsificados, y hasta mesas de votación donde supuestamente habían votado el 100% de los ciudadanos. La misión de observación internacional desconoció los resultados, miembros del gabinete presidencial también lo hicieron.
La popularidad de Evo, cimentada en la inversión social de los ingresos por la explotación de recursos naturales no renovables, tenía en Venezuela su ocaso. Durante más de la mitad de su período como presidente los ingresos por gas natural le permitieron tener el superávit fiscal que necesitaba para mantener los subsidios. Sin embargo, como en Venezuela, los petrodólares se acabaron. La participación de los hidrocarburos en las exportaciones pasó del 52% a menos del 30%.
Evo tenía que recortar gasto social o endeudar al país. Decidió la segunda opción, y dejó el país con un déficit mayor del 8% del PIB. En pesos colombianos equivaldría a 11 reformas tributarias.
Además, el Banco Central de Bolivia tuvo que gastar más de la mitad de las reservas internacionales en un intento por salvaguardar la moneda boliviana. No obstante, ineficiente, dado que las calificadoras de riesgo internacional le quitaron el grado de inversión. El siguiente Gobierno tendrá el reto de acudir a políticas de austeridad para que el país no llegue a una recesión económica de magnitudes venezolanas; pero correrá el riesgo como Macri en Argentina de que el pueblo no sea consciente de la necesidad de esa austeridad, y pierda el apoyo popular.
El socialismo del siglo XXI se autoproclamó de exitoso en la década pasada por aumentar el gasto social. Nunca pensaron en las futuras generaciones. Nada es gratis. Los ciudadanos, y en especial la juventud, deben ser conscientes que cada peso gastado sale de un peso trabajado. Es un equilibrio. Las generaciones que vivieron de ese socialismo en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina disfrutaron de grandes rentas; las nuevas generaciones de hoy están pagando esas deudas heredadas.
En Colombia hoy crece una izquierda promoviendo una segunda generación de ese socialismo del siglo XXI. Algunos bajo el nombre de progresistas; hablando mal “del modelo económico”. Jamás han explicado que modelo mejor nos proponen. Esperemos que no sea el de Nicaragua, Venezuela y Cuba. El Socialismo del siglo XXI ya mostró su evolución y sus resultados: exitosos en el corto plazo, pero absolutamente fracasados en el mediano y largo plazo. Hay mucho que perder, un camino y un esfuerzo, así como el aumento de la pobreza.