LA semana que está por terminar ha sido decisiva para los empeños de gobernabilidad del presidente Iván Duque, especialmente en relación con su política exterior y su entendimiento con el gobierno del dictador venezolano Nicolás Maduro.
Tanto en la OEA, como en la ONU y en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, su voz se ha levantado para pedir que se busque una solución humanitaria a las inmensas tragedias del pueblo venezolano. Pero eso sí dejando muy en claro que la intervención militar no debe ser, en ningún caso, una opción siquiera pensable. Han sido pues jornadas decisivas para nuestro joven mandatario que ha podido constatar, de primera mano que Colombia es un país endiabladamente difícil de gobernar y que le tocará hacerlo no solo soportando adversarios diferentes a su partido, sino también el llamado “fuego amigo”.
No deja de ser deprimente poder constatar como un político decente como lo es Duque es víctima de una horda troglodita, unas veces compuesta por furi uribistas y otras por anti uribistas que al no poder medir fuerzas en igualdad de condiciones con el ex presidente, tratan de hacerlo con su alfil.
Es claro que Duque ha demostrado en este tiempo de lo que está hecho y de lo que es capaz. Conoce los problemas, busca soluciones y no se deja enredar en la letra menuda. Su viaje a los Estados Unidos ha sido muy fructífero y esperanzador. Supo lidiar y salir relativamente bien del “abrazo del oso”.
Logró incluso que Trump terminara por felicitarlo por su política antidroga y prometerle que buscará repotenciar el Plan Colombia, el cual se encuentra sin recursos y lo que es más grave sin un programa que garantice la erradicación urgente de los cultivos ilícitos. Sin embargo Trump, sabe que necesita a Duque para, al menos, neutralizar a su archi enemigo bolivariano.
Desde luego Duque va a tener que hacer verdaderos malabarismos diplomáticos para lidiar con el cada vez más irresponsable Maduro, y tendrá que hacerlo con pies de plomo y con mucha paciencia. Las permanentes provocaciones no pueden hacerle perder la calma a Duque, porque debemos recordar que con dos mil kilómetros de frontera común, las cosas se pueden complicar al menor descuido o ligereza. Si llegará a existir la posibilidad de una demencial intervención americana, Duque tendrá que hacerse a un lado. Meternos en una aventura bélica con nuestros vecinos sería lo más insensato que nos podría ocurrir. El único camino a seguir es el que tracen los propios venezolanos.
Por eso el liderazgo nacional debe acompañar a Duque en la búsqueda de las mejores soluciones, infortunadamente no vemos como el señor ex presidente Uribe, pueda ayudar sin mantiene excitada su mala bilis.
Adenda:
El Presidente Duque debería mirar hacia los lados del Alcalde Peñalosa, quien, con mucha paciencia, aguante y serenidad ha seguido sus propios planes y no le ha hecho caso al hirsuto petrismo.