El universo de las contrariedades continúa habitando en todos nosotros, así como las incertidumbres que también nos dificultan a la hora de abrir caminos coherentes, lo que facilita un deterioro humanístico, con graves daños en el plano psicológico y también espiritual. Ante estas situaciones, no podemos olvidar que la persona en su integridad, es lo primordial, y lo verdaderamente digno de salvaguardar. En consecuencia, creo que lo significativo de nuestra época, ya no es tanto el sentirse uno vivo, como el poder abrigarse de quietud ante el tormentoso diluvio de inquietudes que nos acorralan, y que nos suelen provocar un continuo estado nervioso que hace que reaccionemos mal.
A mi juicio, lo trascendente ante este desánimo, radica en poseer confianza en uno mismo, porque las corrientes tormentosas siempre han estado ahí, y ha sido nuestra lucha la que nos ha puesto en la orientación de la luz, pues la esperanza radica en saber rehacerse y renacerse hacia otras atmósferas más integradoras, con menos divisiones y más serenas. Téngase presente que el estancamiento, o los mismos hechos violentos generados entre humanos, no contribuyen a ningún avance que no sea el activo inhumano.
Desde luego, tenemos que tomarnos la vida con otro ánimo más solidario, ya que nada se construye por sí mismo, necesitamos de ese espíritu de unidad que nos regenere como auténtica familia. Seguramente tendremos que practicar el silencio en vez del griterío, la pausa en lugar de la prisa, el unirse y el reunirse escuchando más. Hay realidades positivas que se pueden cosechar sembrando una sonrisa. Otras veces, bastará una mirada acariciadora para derrotar la arrogancia del análogo. En suma, tal vez tengamos que actuar más con el corazón para ser verdaderos guías de lo armónico, óptimos consejeros y mejores maestros de acción, sobre todo a la hora de esperanzarnos.
Para empezar, necesitamos romper cadenas. Humanizarnos en definitiva. Los niños no deberían trabajar, sino formarse y cultivar sus sueños. Lo que se les enseñe, lo devolverán con creces. Uno suele dar lo que recibe. Sin embargo, hoy en día según la OIT, ciento cincuenta y dos millones de menores todavía se encuentran en situación de trabajo infantil. Una sociedad que no es capaz de ayudarles a crecer en un clima de auténtica paz y que, además, tampoco respeta a sus mayores, más pronto que tarde desaparece, por ser incapaz de dar un rostro compasivo a la tierra. Por ello, cuando la calma no llega y el sufrimiento se prolonga, podemos quedar como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime, hasta el punto que nos deterioramos humanamente.
Por desgracia, aún veinticinco millones de personas son víctimas de la esclavitud moderna. Tenemos la oportunidad de propiciar el cambio, lo fundamental es construir entre todos un futuro con trabajo decente. Precisamente, la sesión de este año de la Conferencia Internacional del Trabajo, reunida en este mes de junio con más de cinco mil delegados de todo el mundo, trabaja por encontrar soluciones a los desafíos del futuro del mundo del trabajo, con miras a la adopción de un importante documento final, donde se tendrán en cuenta derechos fundamentales, tanto la libertad sindical y de asociación y reconocimiento efectivo del derecho a la negociación colectiva; como la eliminación de todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio; la abolición efectiva del trabajo infantil, y la eliminación de la discriminación en el empleo y la ocupación. Lo sustancial, por consiguiente, es superar estas contrariedades y no desvanecer en el empeño de rescatar cualquier proyecto existencial. *Escritor
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