No debería sorprender que cualquier actividad realizada por una federación de trabajadores conllevara una orientación política. De igual forma poco o nada debería asombrarnos que uno de sus dirigentes quisiera llegar al Congreso. Lo que sí resulta molesto es que todo el sacrificio al que se ha sometido a la población estudiantil de este país, alargando su regreso a las aulas, sea solo para alcanzar unas posiciones en el Congreso, pues lográndolo sería una victoria pírrica por todo lo que se ha sacrificado.
Si hay una población de Colombia en la que las cicatrices de la pandemia van a ser más profundas es en la de los estudiantes. Un aula de clase hizo durante muchos años que la desigualdad en oportunidades no fuera tan pronunciada, pues de los colegios públicos nos graduamos bastantes jóvenes, que logramos acceder a universidades y mejorar las condiciones económicas y sociales de nuestras familias. Era la única forma de progresar para muchos.
Este panorama cambió después del cierre de colegios a causa de la pandemia, pues las diferentes condiciones económicas de los hogares colombianos nos pusieron de frente a dos formas distintas de continuar con el proceso de aprendizaje. Una, la de las familias con mejores recursos, que contaban con equipos portátiles, tabletas, internet de alta velocidad e incluso tutores o guías personalizados. La segunda, los que no tienen conectividad, equipos y ni siquiera condiciones en el hogar para llevar a cabo ese proceso en los menores. Esto es desigualdad.
Los niños de hogares desfavorecidos son los que terminarán con niveles más bajos de aprendizaje, siendo los primeros en abandonar la escuela por completo. La consecuencia en unos años será menos oportunidades.
La única forma de romper esa tendencia de condiciones distintas para los jóvenes es regresando de manera rápida a las aulas e, incluso, ampliando y reforzando las jornadas que se vieron suspendidas en esta época de pandemia. La atención debe centrarse en los niños más vulnerables, es decir, los de hogares con bajo nivel educativo, ya que son los que probablemente hayan perdido más tiempo de instrucción.
Con un gobierno tan debilitado financieramente, será el momento también para que los particulares y sus fundaciones miren nuevamente, como años atrás, a esta población que va a quedar rezagada y con deficiencias para afrontar posteriormente cualquier reto académico.
De no atender esta situación, la desesperanza en los jóvenes que vimos en estos días será poca, pues habrá menos posibilidades laborales y un descontento más amplio, conllevando pérdidas en el crecimiento económico y una mayor polarización política como resultado de estas desigualdades que seguirán aumentando.
El 12 de junio pasado se celebró el Día Mundial Contra el Trabajo Infantil, y las cifras en el combate a este flagelo son favorables, pues se pasó de 5.4% de menores trabajadores en 2019 a 4.9% en el último trimestre de 2020. Ojalá la tendencia continuara, pero será difícil.
La pandemia puso a los jóvenes en el último lugar, les arrebató muchos derechos. Dependerá, entonces, del Gobierno, de los ciudadanos e incluso de Fecode que los niños y jóvenes regresen a prepararse rápidamente, pues es la única forma de ofrecerles un futuro.