Cuando el imperio romano se encontraba en un momento importante de su grandeza e innegable de su decadencia moral, surgió allí el cristianismo. Eran tiempos en que los emperadores disponían de la vida humana como si de objetos se tratara y en que sus costumbres morales eran lo más parecido al comportamiento de unas bestias selváticas. La sociedad supo generar sus propias defensas contra ese estado de cosas, abusivo, inhumano, inmoral y cínico de parte de los poderosos. El imperio se defendió con la crucifixión, el garrote, el hacha asesina, los circos de fieras alimentadas de seres de esa nueva “secta” que seguían a un tal “cresto”, dicen los escritos antiguos. En vano fue todo.
El cristianismo es, en parte, una respuesta fuerte y contundente cuando las sociedades decaen moralmente. Por eso tampoco es extraño que se le siga castigando con diversas armas, incluyendo la pluma editorial. Pero la esencia del espíritu cristiano no es destruir a nadie, pero sí atacar el pecado, el mal, la inmoralidad. Sin duda. Por eso no basta con reducirlo a una especie de ternura de Dios. Es azote contra el comportamiento sin parámetros morales. Es voz de alerta que se levanta cuando los lobos rondan al rebaño. Y los lobos siguen siendo tan feroces como siempre y su objetivo siempre será en primer lugar eliminar al guarda, para luego desollar la oveja. Esta dinámica no ha cambiado un ápice y nunca se puede bajar la guardia.
Nuestra sociedad no está en evolución moral, sino todo lo contrario. Hoy más que nunca el hombre se ha vuelto lobo para el hombre. Pero esta ferocidad está disfrazada con palabras empalagosas. Y, sin embargo, nunca el hombre y la mujer fueron seres más tristes y solitarios que los que actualmente deambulan sobre el planeta, no obstante el oropel que los rodea.
El cristianismo, en su estado actual de prueba, se revela una vez más como “voz que clama en el desierto”, como Juan Bautista, pero seguro de que tiene en sus entrañas fuerza de redención. La actual pretensión de establecer una como religión de estado es tan estúpida e inútil como querer que los seres humanos sean solo carnales. Siempre triunfa el espíritu y este nunca se dejó limitar por la materia, la carne, la pasión, la mentira. Estamos en una batalla apasionante en la cual el cristianismo solo tiene una aspiración: que todos los hombres se salven, pero que el pecado sí sea vencido.