Algo que nos caracteriza como nación es la diversidad étnica y cultural; es nuestra impronta y en ella radica gran parte de la riqueza que nos caracteriza. Difícilmente podemos encasillarnos en una mayoría absoluta, somos indígenas, rom, raizales, palenqueros, afrodescendientes, mestizos, blancos. Somos por definición una rica mixtura donde confluyen saberes y prácticas procedentes de variadas y ancestrales culturas unas propias de nuestras tierras, otras importadas en el proceso de colonización, y unas más herencia del triste episodio de tráfico esclavo. Esa riqueza quedó consagrada en la Constitución de 1991, no sólo la reconocemos sino que es nuestro deber defenderla porque es lo que en buena parte nos define como nos ve el mundo.
El dinamismo de la historia nos lleva a ver con buenos ojos ciertas expresiones que en otras épocas no se miraban de buena manera, lo que ayer fue bueno hoy puede no serlo, lo que ayer era mal visto hoy puede ser valorado y protegido; hasta hace poco expresar de manera libre las opiniones en muchos aspectos de la vida podría causar al opinador su marginación social según la gravedad de lo dicho, no por la fuerza de lo dicho propiamente, sino por la valoración que el establecimiento le diera, culturalmente no se veía bien una voz crítica, hoy la libertad de expresión es un derecho, a nadie le cabe la menor duda de su valía en democracia.
Ayer eran bien vistos los espectáculos crueles, en la memoria los primeros que nos asaltan son aquellos donde bestias salvajes y cristianos compartían suertes en los famosos juegos romanos. Luego el consenso moral sacó de esas sanguinarias diversiones a los seres humanos y, para satisfacer a los espectadores de sangre solamente se dejaron los animales salvajes, fue tan intensa la práctica que en su momento se declaró extinto el famoso tigre del caspio, situación que llevó a que, para este tipo de jolgorios, se fueran prefiriendo especies criadas con dicho fin como los toros y los gallos.
En Colombia el enfrentamiento entre animales, ese gusto por la sangre, es la trágica herencia que nos dejó la colonia, al punto que hoy tiene protección legal. Así está consagrado en el artículo 7 de la ley 84 de 1989 y, tal como lo ha venido sosteniendo la Corte Constitucional desde la Sentencia C-666 de 2010. Corresponde al Congreso decidir sobre su futuro. Ha pasado una década, muy a pesar del creciente consenso moral que exige la eliminación de las expresiones crueles de este tipo de espectáculos, el parlamento no se pronuncia.
Los grandes defensores de estas prácticas sostienen que las especies usadas no sienten dolor cuando son punzados, chuzados o cortados, que su naturaleza les exige morir en el cruel enfrentamiento y que, de prohibirse desaparecerían como especie. El Congreso debe saber, aunque prefiera ignorar, que la crueldad como cultura dejó de colaborar en la construcción de la unidad nacional, tampoco la fomenta, la sensibilidad colombiana acepta cada vez menos la crueldad.
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