De la Guerra Fría a la Post-Guerra Fría; de la Post-Guerra Fría a la Post-Post-Guerra Fría; de la Post-Post-Guerra Fría a una nueva Guerra Fría… Durante las últimas décadas, los historiadores han intentado en vano (sin mucha inspiración ni creatividad) darle un nombre a los momentos que, sumados, constituyen la época de transición que el mundo ha venido experimentando, por lo menos, desde la caída del muro de Berlín. Si por los pagos de los historiadores llueve, por los feudos de los internacionalistas no escampa: en los años 90 fue el “momento unipolar”, después, la era de la “apolaridad”, del “G-Cero”, de la “interpolaridad”, del “mundo multiplex” (por analogía con los multicines en los que se proyectan diversas películas, de distintos géneros, con diferentes protagonistas, tramas y bandas sonoras, simultáneamente, y con la posibilidad de pasar de una sala a otra sin solución de continuidad).
Cuando fue su turno, los iluminados analistas de McKinsey se resignaron a hablar de la “era siguiente” (o sea, la que viene después de las otras, cualquiera que ésta sea). Más recientemente, Corporación RAND ha reciclado la idea de que el mundo de hoy es uno “neomedieval” -algo con lo que no estarían muy de acuerdo los auténticos medievalistas-.
No es un pasatiempo. Nombrar las cosas, completa su existir; nombrar es también caracterizar, identificar o atribuir propiedades que hacen específico y distinguen aquello que se nombra. Llamar al mundo por su nombre es fundamental para entender dónde estuvo y anticipar a dónde puede llegar.
El 64 % de los consultados por el Foro Económico Mundial para la elaboración del Reporte de Riesgos Globales 2025 -entre los que hay líderes políticos, empresarios, académicos, activistas, periodistas- considera que durante la próxima década el mundo completará su metamorfosis con el advenimiento de un orden multipolar o fragmentado (dos cosas que, stricto sensu, no son equivalentes), en el que potencias medias y grandes competirán, y establecerán y aplicarán normas y reglas regionales. Un 18 % se decanta por la perspectiva de un orden bipolar o bifurcado, moldeado por la competencia estratégica entre dos superpotencias. Un 9 % intuye que habrá un reajuste hacia un nuevo orden internacional liderado por una superpotencia alternativa. Y un 8 %, esperanzado o ingenuo, apuesta a contracorriente por la prolongación o revitalización del orden internacional “basado en reglas” liderado por Estados Unidos (huelga decir que la encuesta se realizó antes de que Donald Trump ganara las elecciones y regresara a la Casa Blanca).
Se trata de cuatro futuros posibles, aunque en este preciso momento no igualmente probables. En 10 años muchas cosas pueden pasar -basta con ver con lo que ha ocurrido en los últimos tres-. Pero no cabe duda de que, en cualquier caso, el largo interregno iniciado en 1989 está entrando en su fase crucial.
Entonces se sabrá si su desenlace conduce a la era de la fragmentación, a la era de la bifurcación, a la era del relevo y la sustitución, o a la era del risorgimento hegemónico. En retrospectiva, quizá, se podrá llamar finalmente, con un nombre propio, a la época actual, que por ahora sigue innominada.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales