Es tiempo de activar los buenos propósitos. De ponerse en camino. De hacer camino. De sentirse camino. De caminar con la compasión como apoyo. Hay que dejarse cultivar para poder crecer en nuevos horizontes, mediante el redescubrimiento de cada cual colectivamente. Tenemos que hermanarnos. Por ello, hace falta desterrar de nuestros abecedarios cualquier muestra de indiferencia o pasividad. Para empezar, quizás debamos bajar de los pedestales para propiciar lenguajes conciliadores y verdaderamente auténticos. En consecuencia, es el momento de hablar profundo y claro, de ejercer la moderación y de evitar el aumento de tensiones, más allá de todas las heridas y de nuestras discordias. Nos hace falta confluir armónicamente, los unos en los otros, y así poder avanzar hacia otras atmósferas de alcance más universal entre saberes y operatividad. Por otra parte, no se debe dificultar con muros, ni tampoco con armas, el andar de tantas mujeres y hombres valientes que arriesgan a diario sus vidas alrededor del mundo por la paz y la protección de vidas.
Venga a nosotros, a todas las lenguas y razas, la cultura del abrazo. Vociferémosla y empleémonos a fondo en ella. Son tantas las personas necesitadas de ayuda humanitaria que, hasta una simple caricia, nos ayuda a disminuir las hostilidades que, entre todos, nos hemos generado. Es una lástima que los seres más indefensos, como pueden ser los niños, se conviertan en objetivo de conflictos, sin piedad alguna. Esta brutalidad no puede normalizarse. Estamos obligados a intervenir y a comprometernos por otro cosmos más habitable, o sí quieren, más de todos y de nadie. Seamos responsables y que, lo que cuente para nosotros, sea el ser humano sobre todo lo demás. Para desgracia nuestra, nos hemos dejado adoctrinar por intereses mundanos, y así no podemos establecer alianzas, que conllevan ser un todo y para todos. A veces nos movemos tan endiosados que olvidamos que nos necesitamos y que requerimos de la cooperación colectiva. Por eso, es saludable siempre reflexionar, reunirse y unirse alrededor de colectivos en los que impere la justicia y la coherencia de planteamientos.
Desde luego, en esa cultura del abrazo que hemos de activar a todas horas de nuestra vida, el mundializado planeta requiere de moradores y líderes capaces de superar las diferencias, junto a sistemas educativos que den prioridad a las personas como agentes de paz. Sin duda, el poder transformador de la educación es vital, sólo hay que ver, como día tras día, cambia la suerte de muchas personas gracias a las oportunidades que ofrece el aprendizaje. Desde luego, si en verdad queremos cambiar las mentalidades y progresar, hay que trabajar en este sentido socializador. Nadie se puede quedar en las barreras de la ignorancia. Será discriminatorio y desprovisto de moral. Nos conviene, por tanto, esforzarnos en proyectos reintegradores, pues todos hemos de planificar conjuntamente el futuro, bajo una estética colaboración solidaria. Esto nos exige que revisemos seriamente nuestro estilo de vida, que ha de ser cuando menos más de genuina donación, tanto hacia la naturaleza como hacia nuestro espíritu de relación. Precisamente, una de las pobrezas más hondas que sufrimos, es la falta de vínculos para poder hermanarnos en esa gran familia humana que todos demandamos por innata necesidad.