El conservadurismo que viene con los años no se opone al cambio, solo que no desea estar ahí cuando ocurra. Y esa misma graciosa actitud es lo perdurable. El anciano no está abierto a las revoluciones, puede intentar comprender al mundo, pero desde fuera, por cuanto ese ya no es su mundo en el que fue un agente activo, cuando él mismo ya no es lo que fue ayer.
Esto mismo hace que esté más abierto a los recuerdos aun si le falla la memoria. Esos recuerdos perduran y le permiten “contemplar su propia historia como si ya fuese ceniza en la memoria” como decía el memorioso Borges.
También Homero notaba, hace milenios, que los años hace a los ancianos narrativos.
Y si han perdido algo la memoria, repiten una y otra vez el mismo recuerdo ante sus pacientes allegados, como un náufrago en ese mar del olvido, aferrado a ese salvavidas. Ese desasosiego le hace afín a la memoria más antigua de su humanidad, a las religiones en las que se han fundado las 21 civilizaciones que conocemos.
Ante la fugacidad hemos creamos instituciones con esfuerzo. Y sus habitantes son renuentes a cambiarlas, las juzgan no solo por lo que hacen, sino por lo que evitan y han evitado. Incluso un realista político como Maquiavelo advertía que nada hay “más peligroso de lleva a cabo, ni más incierto en su éxito, que tomar la iniciativa en la introducción de un nuevo orden de cosas”.
Desde luego Maquiavelo no era revolucionario no obstante la admiración que le depararon varios escritores marxistas en el siglo pasado. Si bien su realismo se estrelló contra él mismo, cuando murió César Borgia.
Una profunda reforma social fracasa si paralela a ella no hay una transformación jurídica al mismo ritmo y en esa proporción. Y esa sincronía es muy raro que se dé en un breve espacio de tiempo. Las leyes, son el lenguaje del Estado. Y ese lenguaje supone un acuerdo común en torno a unos mismos significados que le dan fundamento.
En la torre de Babel de la era digital eso es muy improbable que se logre sustituir con facilidad. No por falta de técnica, por nuestro propio talante, por nuestra índole, como en el poema de León de Greiff preparémonos a: la conquista de las nubes volubles como los corazones y como nuestros corazones siempre iguales.
Los cambios prometidos no necesariamente nos beneficiarán, como tampoco es seguro lo que creía Jorge Manrique en el renacimiento español: Que todo tiempo pasado fue mejor. Esa dualidad es también permanente en la impermanencia. En cuanto a la política, Ambrose Bierce caracterizó así a las dos actitudes: El conservador es un estadista que está enamorado de los actuales defectos, lo que lo distingue de un liberal, quien desea reemplazarlos por otros.