Teodoro Roosevelt y Donald Trump parecen tener más similitudes de las que a veces se piensa. Ambos exhiben una mentalidad primitiva y arrogante. Ambos utilizan el sistema del garrote con el que Roosevelt nos despojó del istmo de Panamá; y quién sabe con qué otro pretexto puede golpearnos también el magnate en cualquier momento.
El garrote predilecto de Trump parecen ser los aranceles. Piensa que, amenazando con ellos, o aplicándolos, puede lograr cualquier cosa que se le ocurra o desactivar cualquier otra que le moleste.
Además de revelar su reducido arsenal mental, el engolosinamiento de Trump con las tarifas aduaneras se está convirtiendo- aún antes de posesionarse- en una especie de efecto Pávlov que esgrime automáticamente ante cualquier circunstancia.
En la semana que acaba de transcurrir ha blandido este garrote aduanero en tres ocasiones: primero amenazó a la China con imponerle un arancel adicional del 10% a todas sus exportaciones hacia los Estados Unido; después le gruño a Canadá y a Méjico mostrándoles los colmillos de un posible arancel del 25% si no contribuían a la lucha contra el fentanilo; el segundo, más ahincadamente contra la inmigración de extranjeros provenientes de la región latino americana; y por último -como si lo anterior fuera poco- le dijo a los miembros de los Brics que si se atrevían a pensar siquiera en un sistema que desdibujara el dólar norteamericano como medio de pago preeminente de las transacciones internacionales les aplicaría un sobre arancel del 100%.
No sin razón hay comentaristas que recuerdan cómo la fijación de Trump con el arma de los aranceles trae a la memoria la tristemente célebre ley Smoot-Hawley, que fue una de las causas de la gran depresión de los años treinta del siglo pasado.
Advertencias como las de que, con esta fijación de aranceles a diestra y siniestra, lo que está haciendo el magnate -además de pegarse un tiro en el pie- es sembrar bombas de tiempo que a los primeros a los que le van a reventar en la cara es a los consumidores norteamericanos; o a las empresas de Estados Unidos que se han ubicado en Méjico para aprovechar la mano de obra y la cercanía con el gran mercado del norte, parece que lo tienen sin cuidado.
La amenaza del garrote de los aranceles todavía no se ha enfilado contra Colombia. Pero puede suceder en cualquier momento si no afinamos el lenguaje de nuestra diplomacia comercial. O si seguimos creyendo que de ahora en adelante bastará con unos cuantos trinos presidenciales para enfrentar al atorrante magnate elegido por segunda ocasión presidente de los Estados Unidos.
Hay algunos contenciosos que pueden salirnos caros con el nuevo gobierno de Washington. Hasta ahora hemos pasado de agache. Pero no hay que hacerse ilusiones.
En primer lugar, la extensión de los cultivos ilícitos que ya llegan a 250.000 hectáreas. La más alta en la historia desde que se llevan estadísticas. El cuento de que hemos sido muy exitosos en los decomisos no va a convencer a Trump. No solo porque cuando se divide el número de hectáreas hoy dedicadas a la coca por el número de las incautaciones éstas resultan las más bajas de la historia (la tozuda fuerza del numerador), sino porque como lo denotan las amenazas que ya soltó contra Méjico de aplicarle un arancel suplementario del 25% demuestra que la lucha contra el tráfico de narcóticos va a seguir siendo una de las constantes en el nuevo gobierno de Trump.
Las ambigüedades del gobierno Petro con relación al régimen de Maduro, y sus titubeos para no reconocer el resultado de las elecciones venezolanas que le dio la incontrastable mayoría a González Urrutia (como ya lo han reconocido la inmensa mayoría de los países del mundo), puede también resultarnos muy costosa frente al nuevo gobierno que se instala en Estados Unidos el mes entrante, que presumiblemente va a apretarle las tuercas al régimen de Caracas.
Y, por último: las ingenuidades infantiles del gobierno Petro consistentes en querer renegociar el TLC con Estados Unidos a estas horas de la vida; renegociación que aún para empezar requiere la autorización del congreso de los Estados Unidos donde ahora el partido republicano es amo y señor; así como la instrucción que recibió el ministro de comercio exterior del presidente Petro para que procediera a negociar una salida de los mecanismos de solución de conflictos entre las partes que contemplan los tratados de TLC que muy difícilmente podrá llevarse a cabo y mucho menos tranquilizar a los inversionistas extranjeros, son apenas algunas razones que nos deberían llevar a ser realistas ante la posibilidad de que el garrote se puede orientar también hacia nosotros. En cualquier momento.