Este 2 de junio, en menos de un mes, los mexicanos elegirán a la sucesora de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la república. Luego de seis largos años en el poder, López Obrador ha logrado consolidar el proyecto populista más exitoso de la América de hoy. A pesar de los retrocesos en materia de seguridad y transparencia, así como la desaceleración del crecimiento económico y el deterioro de los servicios sociales, López Obrador goza de altos y sostenidos niveles de aprobación, por lo que muy probablemente los mexicanos elegirán a Claudia Sheinbaum, la candidata de su partido, Morena. El pasado 25 de octubre, detallé en mi columna del Nuevo Siglo, El populismo perfecto, las raíces de esta diferencia crítica entre el presidente mexicano y sus pares en sudamérica. Hoy buscaré entender, a partir de la historia mexicana, las implicaciones históricas de una victoria de Morena para México y la región.
La segunda mitad del siglo diecinueve mexicano se caracterizó por sus largos y onerosos autoritarismos. Luego de décadas de luchas internas entre liberales y conservadores, triunfaron los primeros con la constitución de 1857, dando paso al gobierno de Benito Juárez, quien permanecería en el poder hasta su muerte en 1872. Poco después, el general Porfirio Díaz consolidaría el poder en sus manos, gobernando treinta años y tres meses entre 1876 y 1911, con pocas interrupciones. Buscando superar esta trayectoria autoritaria, amplios sectores del país se alzaron en armas en 1911, provocando así la Revolución mexicana y abriendo un vacío de poder por el que lucharon celosamente liberales, socialistas, reaccionarios y caudillos regionales. El derramamiento de sangre resultó, finalmente, en la consolidación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), movimiento que, bajo distintos nombres y regido por distintas ideologías, gobernaría el país sin interrupciones entre los años 1929 y 2000. Para poner estos tiempos en perspectiva, ningún partido político colombiano ha gobernado sin interrupciones más de treinta años, y ningún presidente de Colombia ha durado en el poder más de doce años acumulados.
El PRI cumplió con su promesa de acabar para siempre con la reelección presidencial, evitando así el autoritarismo personalista que Porfirio Díaz había perfeccionado. Sin embargo, en lugar de instaurar una verdadera democracia, sometieron a los mexicanos durante casi todo el siglo veinte a un autoritarismo burocrático y partidista, caracterizado por corrupción desbordada y represión generalizada. Los presidentes generalmente escogían a sus sucesores directamente, a partir del famoso “dedazo presidencial,” pues el candidato del PRI tenía la victoria básicamente asegurada. El desmonte gradual de la “dictadura perfecta,” como la llamó el escritor peruano Mario Vargas Llosa, únicamente concluyó con las elecciones del 2000, en las que el entonces presidente Ernesto Zedillo declaró con admirable convicción democrática que “el llamado dedazo” había muerto y reconoció la victoria de Vicente Fox, el candidato opositor, representante del Partido de Acción Nacional (PAN).
Hoy, el PRI y el PAN se unen en democracia para prevenir un segundo mandato de Morena, lo que implicaría, como mínimo, doce años bajo la influencia de López Obrador. Según datos de The Economist, la democracia mexicana ya ha alcanzado un nivel de fragilidad semejante al de Venezuela en el año 2011, por lo que las propuestas de Morena para reformar la constitución y socavar la independencia del poder judicial representan un peligro alarmante. La historia mexicana nos enseña que evitar la reelección de un mandatario no es suficiente para conservar la democracia; también debemos expulsar del poder a cualquier movimiento que busque socavar el pluralismo.