Apenas con dos años de anarco-socialismo en el poder, los colombianos vemos alarmados cómo la economía retrocede de manera progresiva y cómo se degradan casi todos los órdenes de la vida social y colectiva. La inseguridad campea de extremos a extremo de nuestro territorio, ya no hay casi zonas libres del desafío de los violentos, llámense subversivos o delincuencia común. Ello por cuenta de los repetitivos errores del gobierno, como de sus ataques al sector privado y el asalto a la salud, la pretensión de manipular las pensiones, como de destruir Ecopetrol, la errática decisión de no continuar con las carreteras fundamentales en varias regiones del país y abolir algunos peajes, cuando esas vías se necesitan con urgencia.
La política negativa de elevar de manera ruinosa el precio de la gasolina, cuando se podía hacer gradualmente, afecta el sistema productivo agrícola e industrial, como al comercio y los particulares. Los taxistas que prestan un servicio social de día y de noche, cuando llegó el anarco-socialismo al poder, llenaban de gasolina el tanque con $60.000 pesos, hoy pasa de $200.000 el costo, lo que los tiene arruinados. Entonces, les ofrecen un subsidio de $60.000, algo torpe y burlesco.
En el caso de Ecopetrol, la primera empresa del país, donde muchas gentes compraban acciones seguras para guardar sus ahorros y recibir utilidades. La obra magna del conservatismo en los años 50 del siglo pasado, cuando se decía que las únicas que podían explotar el crudo eran las grandes multinacionales, vino a mostrar que de manera pacífica gracias a la decisión de presidente Mariano Ospina Pérez, de revertir la concesión De Mares, como del presidente Laureano Gómez de levantar Ecopetrol, que contó con un gran ejecutivo como Luis Emiro Sardi, pudimos explotar nuestro petróleo y dar un impulso al desarrollo nacional con los ingresos de esa empresa, convertida en una rica mina de oro.
El conservatismo y los partidos de orden deberían estar en las calles defendiendo a Ecopetrol y el derecho de los colombianos a explotar sus minerales, para la redistribución de las utilidades para impulsar el desarrollo. En otros países de nuestra región el petróleo siguió siendo explotado por las multinacionales, cuando aquí con el tiempo se evoluciona a la explotación mixta con Alfonso López Michelsen, entre la estatal petrolera y los privados, lo que trajo múltiples beneficios. Hoy el narco-socialismo se la juega por la estrangulación de Ecopetrol, mediante la negativa a explotar el petróleo, ingresos que serían sustituido según decía en su campaña al poder el actual gobernante, por el cultivo y la exportación de aguacates.
Es tal la demagogia contra el desarrollo del actual gobierno, que en Antioquia hacen vaca para construir por su cuenta las vías, siendo que ese debe ser un compromiso obligatorio del gobierno nacional. En otras, los subversivos vuelan puentes y tramos clave de las carreteras para aislar las regiones, como lo hizo la Farc durante décadas en el siglo pasado, para mantener el control y en la ruina las zonas periféricas. Hoy en las ciudades de provincia los subversivos y las bandas de matones pretenden extorsionar los concejos y tener cautivos a los habitantes mediante la violencia.
Como lo recordé en un evento que se hizo recientemente en el Concejo de Bogotá, en ocasión de la restauración de su busto, cuando hace un par de décadas Álvaro Gómez proponía el desarrollismo, se alzaron voces de todas las tendencias oponiéndose a sus propuestas, siempre en libertad. Era pecado ser desarrollista. Increíble, pero cierto. Desarrollar el país les parecía a muchos una ofensa, un atentado a la pasividad de manumisos de algunos sectores de la sociedad. Si se hubiese implementado el desarrollismo en un eventual gobierno de Álvaro Gómez, Colombia estaría a la cabeza del continente. En un país acosado por los violentos, como por las políticas negativas oficiales, no existe otra opción que apelar a su legado político. Entre los actuales aspirantes presidenciales no veo el que trate a fondo los problemas nacionales y se atreva a proponer soluciones realistas a los problemas colombianos.
La fórmula de Álvaro Gómez era sencilla: la pobreza no se puede repartir. Volquémonos al crecimiento, ensanchemos la industria, mejoremos las carreteras, los aeropuertos, los puertos y los trenes, multipliquemos las zonas portuarias de producción, orientemos la industrialización y las exportaciones mediante un plan de desarrollo, formemos los mejores profesionales y técnicos capacitados. Así veremos cómo crece y se trasforma el país.