Duque, su gobierno y quienes lo disfrutan, consideraban que las cosas en Colombia continuarían sin modificación alguna. Que quienes sufragaron por el contendor en el 2018 y los abstencionistas, serían transparentados por el candidato de Uribe. Que la mermelada, la corrupción y los negocios con el Estado, alcanzarían para saciar a la mayoría, que votó “emberracada”.
Las mieles del poder empezaron a gozarse, pero con erróneos manejos de la paz -amenazada con volverla trizas-, de una coja economía, salud en coma, opaca educación, desempleo galopante, pobreza, hambre, y a la deriva las demás urgencias que requiere este país. El coro de aplausos y el corrillo de aduladores, convencen al presidente de que todo marcha sobre ruedas.
En el 2019 la comunidad se hizo sentir con una serie de reclamos, que fueron considerados como superfluos y pueriles, que a duras penas merecían una “conversación” y, un negociador de poca monta. Para ello encargó a Diego Molano, hoy Mindefensa.
Hubo manifestaciones y protestas, no atendidas. Duque creyó haber triunfado y elevado sus encuestas. El malestar siguió, se mantuvo y se fortaleció, hasta cuando llegó la pandemia. Covid, aplacaba descontento, gracias al miedo que siempre ha sido el arma preferida del uribismo.
Hubo frote de manos, gracias al coronavirus. La arrogancia alegró e invadió a la élite del poder, a tal punto que, otro títere de Uribe, convenció a Duque que era tan joven y capacitado como los que a diario querían, que los escuchara sin lograrlo.
El presidente creyó en la “añeja” adolescencia del Minhacienda que le impuso el “eterno”, que “enfrascó” al gobierno en una asfixiante reforma tributaria, fuera de tono, fuera de época, fuera de tiempo, fuera de razón.
Por fortuna el covid no perturbó el cerebro de la población colombiana, que de inmediato se opuso y protestó, mientras Carrasquilla, el de los “bonos de agua”, el que arruinó a 117 municipios y privó de agua potable a millones de colombianos, impuso su voluntad. El presidente, entre tanto, levitaba y tercamente defendía la reforma.
Sin percatarse de la insensatez del Minhacienda, la mantuvo. La defendió a morir. Nada movió su voluntad, nada le importó la gente, no escudriñó la miseria a donde llevaba a sus conciudadanos, ni siquiera a los que lo eligieron.
Fue entonces cuando se desataron las pacíficas protestas. Los medios fueron inundados de argumentos ciertos, cabales y proféticos sobre los perjuicios y la ruina de una nación. La obstinación era más poderosa que la razón y fue el acicate que lo condujo a la crisis y a la sin salida.
Cuántas vidas, cuántos heridos, cuántos desaparecidos, cuántos bloqueos, cuántas pérdidas, cuántas ilusiones y cuántas esperanzas se hubieran podido salvar, sin la intolerancia de Duque. Aún puede frenar la arrogancia recuperar la razón.
BLANCO: La llave de salvación que ofrece el Premio Nobel y expresidente Santos para superar la crisis.
NEGRO: Los humos del “eterno” al negarse a estrechar la mano del Nobel de Paz.