Colombia está enredada con dos palabras que distancian a las partes en el conflicto que nos mantiene entre cacerolazos, paros, actos vandálicos y crecimiento de la polarización.
El 21N disparó las alertas entre una sociedad que reclama acciones gubernamentales, y los áulicos del régimen que consideran que las cosas “van muy bien”.
El Presidente Duque y muy seguramente sus consejeros, se encontraron con preocupantes nudos que podrían ocasionar peligrosas rupturas entre las clases populares representadas por los jóvenes que no “tragan entero” y que demandan cambios fundamentales resumidos en unos 130 puntos que sus detractores consideran exagerados y difíciles de cumplir, o acordar, porque algunos dependen de orbitas diferentes a las del ejecutivo.
Muy hábilmente, el Jefe del Estado atendió sospechosas sugerencias de sus allegados que tras dos o tres días de análisis le dieron otro significado a las tradicionales negociaciones entre gobierno y súbditos. Para restarle importancia y trascendencia a los tradicionales diálogos, los bautizó como “conversación nacional”. Es decir como si se tratada de hablar, hablar y más hablar entre las personas.
Desde entonces, eso es lo que se ha hecho: hablar y solamente hablar. Los líderes del paro, asisten a las conversaciones que no conllevan a nada y esa la razón, para que se exasperen y pierdan la paciencia.
Durante la campaña electoral, el hoy presidente, prometió lo divino y lo humano a los estudiantes, a los gremios y a cuanto mitin hubo para conocer las ofertas de los candidatos. La generalidad de los puntos contenidos en el pliego de peticiones de los jóvenes y los marchantes, fueron atendidos por Duque-candidato, que los encontraba válidos y atendibles si llegaba a Casa de Nariño.
Nadie puede entender las razones por las cuales, ahora se convierten en simples temas de conversación.
¡Diálogo no ha existido! este permite discutir puntos de vista para llegar a acuerdos, cosa no vista.
Esa falta de encuentros, debates y discusiones llevan a la juventud 2020, a enconarse, desquiciarse, crisparse. La paciencia no es eterna y puede agriar la situación, hasta límites insostenibles.
El gobierno tiene la obligación de atender las solicitudes de una población que ve cada vez más lejos el buen manejo de las cosas, en una nación catalogada como la más corrupta del mundo, con alarmante desempleo, con galopante inseguridad, con centenares de líderes sociales asesinados; una Colombia en la que hemos echado hacia atrás, con el renacer de las chuzadas, la reaparición de Andrágora y la persecución a magistrados, políticos, periodistas y contradictores.
Un simple paso al frente que permita llamar las cosas por su nombre, puede oxigenar al Presidente y a su gobierno, para salir del atolladero y ganar senderos directos y acertados, con diálogos constructivos y edificantes para que en verdad, las cosas “vayan muy bien”, como es el deseo de 48 millones de habitantes.
BLANCO: Los 180 millones de árboles que promete sembrar el Presidente Duque en la zona amazónica.
NEGRO: La propuesta de Anif para eliminar los intereses a las cesantías.