DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Jueves, 21 de Febrero de 2013

Contradanza de la valorización
Deseamos de todo corazón que les vaya bien a quienes nos gobiernan, pues los ciudadanos comunes y corrientes somos los beneficiarios inmediatos de sus aciertos y las primeras víctimas de sus errores. Lo contrario sería como querer que le vaya mal al piloto del avión que abordamos o al conductor del bus que nos transporta.
Ojalá, pues, le vaya bien al alcalde de Bogotá. Y ojalá les vaya bien a los demás alcaldes, para lo cual no deben imitar al mandatario de la capital ni ponerse a bailar la contradanza de la valorización.
Difícilmente se encuentra una cadena de contradicciones más equivocada que los cobros de valorización en Bogotá, cuyas idas y venidas están a punto de sepultar la cultura de pago trabajada durante varias décadas.
¿Hay que pagar valorización por obras públicas que benefician al contribuyente? Ya era un principio aceptado. Hasta se dejó de preguntar qué se hacen los impuestos, si para tapar cada hueco de las calles es preciso cargarle el costo al ciudadano. Pero el concepto se estiró, para hablar de valorización por beneficio general y meter en esa bolsa gastos que nada tienen que ver con los cobros.
Por ese camino cargarán valorización por todo. Seguimos así y hasta la gasolina de los carros oficiales cabrá en las nuevas liquidaciones. ¿Acaso no transportan a los funcionarios llenos de ideas geniales que nos benefician a todos?
¿No es justo pagar el valor completo de la obra? Nadie lo discute. Solo que, en ese monto, incluyen los recargos que los contratistas agregan para lidiar con las demoras en los pagos y los enredos administrativos para tramitar sus cuentas. Y asimismo se añaden las comisiones, sobornos, peculados, y demás arandelas que eso llamado genéricamente “corrupción” le suma a las obras contratadas por entidades públicas.
¿Se cobra por obras ejecutadas? Sí, naturalmente. Pero ya comienzan los indicios sobre cómo aquí también se estirará el concepto para cobrar por las obras ejecutadas hace mucho tiempo. Terminarán cobrándonos la instalación del Chorro de Padilla y las calles de tierra que apisonó don Gonzalo Jiménez de Quesada.
En esas íbamos cuando repartieron los formularios con las liquidaciones individuales. Vienen las protestas. Los funcionarios se asustan. Piensan que los contribuyentes furiosos no votarán por ellos en el futuro. Entonces, abren la posibilidad de aplazar los cobros y revisar la situación, reconocen que hay fallas en las normas vigentes y presentan un estatuto nuevo, dejando flotar la esperanza de modificaciones de vigencia inmediata.
Por supuesto, nadie pagará hasta que la situación se aclare, la ciudad no sabe a qué atenerse ante tanta improvisación, la disciplina ganada durante décadas se evapora, los plazos para pagar con descuento quedan en el aire y quienes cancelaron cumplidamente su contribución no saben si las liquidaciones están en firme o si las rebajan y, en ese caso, si les devuelven la plata pagada en exceso.
Entretanto, las obras no comienzan. Se encarecen a medida que pasan los días y el baile continua: u n paso para adelante, otro paso para atrás, dos pasos hacia un costado y otra equivocación más…