Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Agosto de 2015

DELITO GRAVE

Ignominia

Tres  o cuatro días más, si acaso, durará el escándalo causado por el suministro de  alimentos podridos a los estudiantes de escuelas y colegios oficiales. Las imágenes de la comida en descomposición, son una fotografía de la ignominia. Pero pronto serán desplazadas por la noticia sobre la siguiente emboscada, la caída de otro helicóptero o el cambio de nombre de constituyente por congresito.

Nadie, en el mundo político, parece caer en la cuenta de la gravedad del caso. Este debería ser uno de los temas centrales en plenas vísperas electorales No es un desliz administrativo ni el simple incumplimiento de un contrato. Es un crimen por donde se mire. Un atentado contra la salud colectiva que puede ser mortal, con unas víctimas que pagan con su salud y hasta con su vida la equivocación de consumir la comida que les dan en la escuela dizque para que crezcan grandes y fuertes.

Mirado con atención, lo ocurrido con los alimentos descompuestos es un delito de  gravedad tan grande que, precisamente por eso, por  su tamaño y extensión, correrá la suerte de todos los grandes delitos: el olvido.

Los suplementos alimenticios son un recurso necesario y una manera loable de atender la necesidad sentida por la población más pobre. Niños que crecerían en condiciones de inferioridad por su mala nutrición encuentran un nuevo mundo de posibilidades. Familias agobiadas por las urgencias diarias que no les permiten enviar a sus hijos a la escuela, encuentran cómo hacerlo. Los coeficientes de aprendizaje mejoran sustancialmente y solo Dios sabe cuántos de estos jóvenes se ganarán su beca en las mejores universidades del país, gracias a que pudieron desarrollar sus capacidades innatas y terminar primaria y bachillerato en condiciones aceptables.

Es un crimen contra nuestro capital humano, que ahoga esas esperanzas entre alimentos podridos. Y otro, añadirle un atentado directo contra la salud. Y otro aún peor, acortarles  sus perspectivas de vida. Y esto sin hablar de las enfermedades que causa el consumo de semejantes venenos disimulados, ni de las muertes que ocasiona sin poner de presente su origen.

Si el sistema actual no funciona hay que remediar sus fallas o cambiarlo. Pero hacerlo sin demora, sin diferirlo para un futuro que nunca llega, sin miedo de ensayar unas medidas inmediatas hasta que se logren buenos resultados.

Podría montarse ya mismo un sistema de vigilancia ejercido por los padres de familia, que son los primeros interesados en la alimentación sana de sus hijos. La harían las asociaciones de padres y sería un motivo adicional para fortalecerlas e involucrarlas más en la forma como sus hijos se educan. Fortalecería  las instituciones docentes.. Reforzaría su importancia como elemento de integración social, y fomentaría la solidaridad entre los miembros de las comunidades formadas alrededor de las aulas donde sus hijos se preparan para la vida.

Es imperdonable sentarse con los brazos cruzados, esperando que sobrevengan unas tragedias que son verdaderos homicidios por envenenamiento.